El reparto, director musical y equipo creativo al finalizar la función.

¡Y se hizo la comedia! El viernes 8 de septiembre, en el Teatro de la Ciudad de Monterrey, tuvimos la oportunidad de disfrutar del estreno en Monterrey (con orquesta) de la ópera “El Matrimonio Secreto” del compositor italiano Domenico Cimarosa, uno de los compositores italianos del clasicismo más relevantes de su tiempo. Su música es una especie de transición entre Mozart y Rossini (Matrimonio Secreto se estrenó apenas unos pocos meses después de la muerte de Mozart). Esta ópera encantadora, que no usa coro, es la única de la historia que se ha bisado completa cuando se estrenó en 1792. Ha tardado más de 200 años en llegar a Monterrey pero lo ha hecho en buenas condiciones.

El talento del proyecto vocal Canto en Escena se conjuntó con el apoyo institucional de la Secretaría de Cultura del Municipio de Monterrey, CONARTE y la Facultad de Música de la UANL dando como resultado una noche deliciosa, principalmente de canto en ensamble y sonoridades de fineza clásica con la Sinfonieta de la Famus y la dirección concertadora, sabia, del catalán Marc Moncusí.

La producción de Canto en Escena, con esos magníficos cielos de Rafael Blázques, fue conceptual – neoclásica, con columnas y partituras musicales,  de gran efectividad puesto que permitió que la comedia se centrara en el trabajo escénico y las voces con ayuda de una iluminación de calidad de Diego Vorrath que brilló en el anochecer de la obra.

La dirección de escena de Ivet Pérez demuestra una vez más una afinidad excepcional para la comedia dieciochesca y belcantista; provocó el deleite y las risas del público, dibujó personajes contrastantes (ayudada por el texto) y arriesgó hasta lo permisible por el decoro dieciochesco y en ese riesgo salió avante. Me parecieron buenos gags el uso de extras para los escoltas del Conde Robinson (este caracterizado con ironía puntillosa por Josué Cerón) o los organizadores de la boda.

El reparto logró consolidar lo que ha sido un proyecto bien desarrollado de Canto en Escena que primero presentó una versión a piano hace unos meses y ahora se consolida con la incorporación de cantantes de primer nivel y la orquesta.

Particularmente quiero destacar el regreso triunfal a escenarios operísticos de Rocío Tamez, una de las grandes voces de nuestra ciudad y que derrocha talento escénico, seguridad y sabiduría vocal. El público la reconoció en su aria “E vero che in casa io son la padrona”; con coloratura de calidad y fraseo modélico. Esta fue una de solo 3 arias que se mantuvieron de la ópera lo cual permitió centrarnos en la trama (y creo que considerando los nuevos públicos fue una idea acertada). Josué Cerón, barítono, es otra voz muy presente en Monterrey desde el 2013 y siempre es muy gratificante escucharlo y disfrutar de su trabajo escénico y vocal; hizo un Conde Robinson de primera; quisquilloso, satírico. En su aria “Senza tante cerimonie” disfrutamos una línea vocal clásica, un sonido pleno y matices belcantistas. Rafael Blázques, como Geronimo, fue el foco de atención en todas las escenas en que participó: un maestro de la comedia, pero no solo en la actuación sino en la vocalidad. Hizo un Geronimo en donde adelgazó acertadamente su voz oscura de bajo y logró momentos sorprendentes de articulación rítmica: particularmente en el final del primer acto y en el magnífico dueto con Cerón “Si fiato in corpo avete”: eso es arte vocal cómico.

Del resto del reparto fue agradable escuchar a Karina Ríos como Elisetta, que creció en su personaje respecto a la presentación anterior con una vocalidad segura y caracterización bien conseguida. Antonio Albores fue un ameno Paolino que mientras más cantó refinó la línea vocal y terminó agradando. Edith Montemayor, como Carolina, tiene el instrumento para el papel.  Aún tiene que refinar algunas frases, entender más el estilo clásico, pero estuvo correcta; traspiés ocurrirán aún en este momento de su carrera pero la materia está ahí.

La Sinfonieta de la Famus, con algunos músicos importantes de la ciudad, demuestra que existe ya en Monterrey un estándar cumplidor del cual no se puede esperar menos; salvo algunos momentos deslustrados en los violines y el gallo ocasional en el corno, gracias a la batuta sabía y atenta de Moncusí se lograron momentos de espléndida sonoridad clásica: principalmente disfruté el final del primer acto y la escena de la noche en donde la orquesta de verdad tocó con dinámicas de alto nivel. Es una pena que hayan decidió cortar la chispeante obertura de esta ópera; decisión cuestionable y lo único verdaderamente lamentable.

Hoy en día los esfuerzos operísticos en Monterrey se están dando desde diversos esfuerzos y somos más afortunados por ello.