El compromiso por la ópera mexicana y su rescate siempre debe de ser aplaudido, más aún cuando se tata de una ópera que verdaderamente abre las puertas del naturalismo a la ópera mexicana. “Anita” (1902) fue la última ópera que compuso Melesio Morales, quizás el máximo compositor mexicano de ópera en el siglo XIX. La carrera operística de Morales comenzó en 1862 con “Romeo y Julieta”, completaría los seis trabajos operísticos con “Anita”, ópera que compuso con la intención de celebrar en 1910 el centenario del inicio de la lucha de independencia. Finalmente, esto no pudo ser pues para entonces Morales ya había muerto y el país estaba en la espiral descendente que conduciría a la Revolución.

A Morales se le recuerda principalmente por su ópera “Ildegonda” (1866), única ópera compuesta en el siglo XIX por un mexicano estrenada y tocada en Europa. El rescate de esa obra y su registro fonográfico así como el estreno mundial de “Anita” (1910, 100 años después de su estreno proyectado) se lo debemos al maestro Fernando Lozano; pocos directores de orquesta han tenido ese compromiso por la ópera decimonónica mexicana, de la cual hay muchos ejemplos pero pocos trabajos musicológicos. Alrededor de las funciones de “Anita” del MOS que me ocupan este escrito se tuvo una conferencia con la musicóloga Aurea Maya y el crítico Gabriel Rangel, para tratar de desentrañar esta ópera.

Reconozco que me emocionó asistir a “Anita”; como convencido de la ópera mexicana y admirador de Melesio Morales. Hace unos años fui coproductor del único CD que incluye las 10 canciones publicadas de Morales por el CENIDIM.

Los jóvenes cantantes que participaron en esta función, la última de tres, dieron todo y se palpó la emotividad en el ambiente. Hace mucho que no me conmovía tan profundamente con un dueto como el del cuadro segundo; aquí Valería Vázquez y Salvador Villanueva estuvieron excepcionales. Vázquez hizo una Anita que me transportó al canto de otra época; qué voz tan vibrante y usada con musicalidad. Vázquez se planta en el escenario como si llevara decenas de óperas presentadas. Fue la voz más imponente y llenó sin mayores problemas el pequeño Auditorio Carlos Prieto de Fundidora. Villanueva posee una voz de tenor meliflua, de tipo lacrimosa (y lo digo en el mejor sentido de la palabra), cantó con bellas dinámicas y compromiso escénico pero se notaba que trabajaba al máximo para llegar a los decibeles de Vázquez. Sin embargo ese dueto final sacó lo mejor de ambos.

Como Manuelo, hermano de Anita, el barítono Alexander Leal cantó con voz vibrante, un sonido lírico poco variado aunque en su arioso del segundo cuadro encontró una mayor sensibilidad en el fraseo. Como Rodrigo, el barítono Isaac Herrera cantó con una voz bella, lírica, bien enfocada,  que destacó desde su arioso inicial y posteriormente en la canción de la batalla del primer cuadro, posee una excelente presencia escénica y al final contribuyó convincentemente en el tremendo desenlace.

El Coro del MOS y el Coro de niños representativo del C.C. Rosa de los Vientos cantaron con solvencia y escénicamente estuvieron a la altura; emocionó su canto en el himno final que cierra la ópera; un himno que parece salir inicialmente de nuestro Himno Nacional pero Morales hace una variante muy efectiva y que logra una yuxtaposición respecto al final trágico, violento.

No comparto el entusiasmo absoluto de la crítica oficial, firmada por Gabriel Rangel, que salió en El Norte, al respecto de la “sonoridad cuidada” de La Súper Orquesta Filarmónica de la ESMDM. Aplaudo que esta orquesta tenga oportunidad de participar en las óperas del MOS pues para que una orquesta se desarrolle requiere un trabajo continuo de conciertos y ensayos, así como participar en óperas. Que el ensamble tiene músicos entusiastas y con potencial es indiscutible; sin embargo, el sonido de las cuerdas carece de lustre y esto fue evidente en el interludio “Sueño de Gastón” (con un trabajo coreográfico y danza muy efectivo). Hubo algunos momentos de descuadre, ya evidentes desde el preludio inicial. Las trompetas también tuvieron ciertos momentos burdos sobre todo en las escenas de celebración.  Por supuesto que también escuché aciertos; un trabajo generalmente refinado de los alientos incluyendo el oboe principal, y un excelente aparto de percusiones que nos hizo temblar en los “cañonazos”. El desarrollo de Alejandro Miyaki como un director solvente y de gran sensibilidad para el acompañamiento de las voces ha sido una buena apuesta del MOS que ha dado frutos; al final de las cosas la orquesta realizó un trabajo sólido.

Me gustó la dirección de escena de Rennier Piñero, demostrando que se puede hacer más con menos y con un espacio limitado: en las escenas de batalla logró cuadros de excelente plasticidad como lo ha mostrado en sus mejores direcciones teatrales; aquí el trabajo colectivo fue relevante, comprometido y nos sumió en la historia. Particularmente excepcional fue el segundo cuadro con la escena de la cárcel y el tremendo final que funcionó excelentemente en el manejo de los planos y tensión dramática. La referencia final a la patria, que nos conecta un poco con la actualidad de México, me pareció bien conseguida, no así la narrativa durante el preludio de la ópera, una bella página que merece escucharse como música pura.  

No concuerdo tampoco, respecto a la crítica de El Norte, en el entusiasmo por el manejo de la luz; principalmente cuando en la escena de Anita y batalla desenfocaban a la protagonista para iluminar la escena de batalla. En mi opinión, en una ópera las voces llevan mano y más si están cantando. El momento atmosférico mejor conseguido fue la escena de la prisión y el cuadro de la celebración demostró que economía, es más.

Además de mi felicitación genuina a todos los involucrados, el MOS ha encontrado un nicho interesante en la ópera, no solo como un proyecto formativo para voces jóvenes profesionales sino como un explorador del repertorio mexicano de ópera. A juzgar por el lleno que hubo el domingo y el entusiasmo de la gente, no sería raro pensar en una “resurrección” de Morales. Quizás un proyecto futuro que debería de considerar el MOS es la Ildegonda de este mismo autor.

Cierro con un tema menos amable: es una verdadera vergüenza el encontrar estacionamientos cerrados del Parque Fundidora en un día que tiene mucha afluencia. Terminé estacionándome fuera del parque.  No sé que esté sucediendo con la administración actual del mismo y las razones de cerrar estacionamientos, pero me parece una falta de respeto; primeramente con los esfuerzos culturales que se realizan ahí y principalmente con el público, los ciudadanos.