Ayer, martes 22 de octubre, se presentó dentro del XXVI Festival Internacional de Piano Sala Beethoven, en el Auditorio San Pedro (para ser más pragmáticos en el área metropolitana de Monterrey, México) el máximo pianista mexicano de nuestro tiempo: Jorge Federico Osorio. A sus 71 años es dueño total de su técnica y musicalidad. A veces hemos dado por sentado su presencia en Monterrey, después de recitales como el de ayer no queda más que pensar que hemos sido muy afortunados.
Beethoven ha sido una de las “especialidades” del maestro Osorio por lo tanto cuando decidió cambiar su recital de uno que incluía a Beethoven, Brahms, Liszt y Chopin por uno totalmente Beethoven creo que salimos ganando, como acertadamente lo dijo al inicio Jorge Gallegos, director del festival.
Osorio abrió con una versión ligera, prístina, de la Sonata No. 25 en sol mayor, una miniatura que incluso fue llamada “Sonatina” por Beethoven. Pero en si esta obra es una pequeña obra maestra; el presto alla tedesca, inicial poseyó un equilibrio clásico que desmintió las complejidades armónicas del desarrollo. Un momento especial, casi operístico en su fraseo y elegancia fue el andante.
La siguiente obra nos lleva al piano beethoveniano de los últimos años; la Sonata No. 30 en mi bemol mayor, Op. 109, la cual opone dos movimientos iniciales cortos con uno largo, final, en donde nos encontramos con una serie de variaciones. El vivace inicial comenzó con esa bonhomía natural del quehacer musical de Osorio. Este Beethoven visionario de los últimos años, está pleno de interpolaciones majestuosas que de alguna forma “rompen” la estructura. Osorio hilo magistralmente estos episodios cuando este vivace de pronto deriva en un adagio. El movimiento central, pleno de electricidad, nos permitió disfrutar del Osorio virtuoso que nunca queda en retórica vacía. El andante molto cantábile final, que hace guiños a la sarabanda barroca, exhibió momentos de delicadeza y poesía. Poco a poco esto da paso a música más turbulenta. En la tercera variación, allegro, nos encontramos con un raro lapsus en la uniformidad de la interpretación; pero qué tan grande es este artista que hasta ese momento posee arte, el resto de la obra ostentó ese rigor casi barroco y un asalto virtuoso, ahora si impecable, en su quinta variación para concluir de forma sublime.
Osorio terminó la primera parte con una versión magistral de la Sonata No. 21 en do mayor “Waldstein”, la obra más conocida del programa. Aquí ninguna nota estuvo fuera de lugar; el allegro con brio nos sume en profundidades boscosas; la filigrana virtuosa que se encuentra sostenidamente en esta obra me pareció ejemplar en su equilibrio para después encontrarnos con ese segundo tema majestuoso; de sonoridades poderosas en las manos de Osorio. El segundo movimiento, introduzione, casi un preámbulo grave al movimiento final, subrayó el carácter visionario, quizás unificando esta obra con las sonatas 30y 32. El rondo final, fue emotivo, Osorio lo construyó con paciencia animada hasta llegar a los últimos despliegues de virtuosismo. El público aplaudió con entusiasmo y, hay que decirlo, conocimiento.
La última sonata de Beethoven, No. 32 en do menor, Op. 111, cerró sola, atinadamente, el programa. Otra estructura magnífica en dos movimientos, el segundo dobla en duración al primero. En el maestoso inicial Osorio nos planteó sonoridades oscuras, poderosas. Los ritmos punteados se escucharon en perfecto equilibrio; sobresaliente el equilibrio de las dos manos en donde la izquierda nos permite escuchar ese tema, simple, casi bromista, que hace contrapunto con la música irrefrenable de la derecha. Simplemente magníficos los claroscuros, los delicios momentos de sonoridades etéreas que Osorio desplegó; la arietta final con variaciones fue acariciada y las tempestades superadas con garbo y sabiduría, justo final para un trabajo hercúleo que representan las 32 sonatas del gigante de Bonn.
Increíble texto , sentí que había ido al concierto y me sumergí en tus palabras