UNA INTRODUCCIÓN
Por Ricardo Marcos G.
A lo largo de la historia, algunas obras musicales han sido producto de la obsesión de un compositor durante toda una vida. Si hay alguna que además se ha convertido en un monumento universal, esa es la 9ª Sinfonía Op.125 de Ludwig van Beethoven (1770-1827). Hoy celebramos doscientos años de una de las obras de arte capitales de la historia de la música.
Actualmente Beethoven es un compositor de dominio público. Prácticamente todo el mundo conoce el nombre y muchos lo asocian específicamente con dos temas; El tema inicial del primer movimiento (Allegro con brio) de su 5ª sinfonía y el de la “Oda a la alegría” en el cuarto movimiento de su 9ª sinfonía. Música universal que ha trascendido fronteras, culturas y religiones. No es extraño escucharlo como parte del repertorio de cantos de cualquier iglesia, sin importar que sea católica, cristiana o presbiteriana. Esto posee cierta lógica pues aunque Beethoven era católico, no era ortodoxo. Definitivamente el mensaje de la 9ª es claro: el clamor por la fraternidad y la paz, que va a toda la humanidad.
Beethoven soñó desde sus 23 años con escribir música a la “Oda a la Alegría” del dramaturgo alemán Friedrich Schiller, pero en primera instancia esto no fructificó pues su atención recayó en otros proyectos. Beethoven regresaría a la idea de componer música para un texto idealista en su Fantasía Coral para piano, solistas, coro y orquesta en 1808. En esta obra ya se encuentran premoniciones de la 9ª sinfonía, incluyendo cierta similitud en los temas corales. La obra comienza con un Adagio solemne y poderoso para el piano solo. La segunda parte es el Final que comienza con una serie de variaciones para el piano y la orquesta, hasta culminar con la entrada triunfal de los solistas y el coro.
Beethoven no retorna a la idea de la “Oda a la alegría” de Schiller hasta sus 41 años, cuando estaba componiendo sus 7ª y 8ª sinfonías. En ese tiempo Beethoven ya estaba pensando en escribir una sinfonía más. La idea finalmente se concreta en 1817(Cuando tenía 47 años), ese año Beethoven anota el tema del scherzo en un cuaderno de bocetos. En un principio dicha sinfonía iba a ser puramente orquestal, pero un año después Beethoven escribe un esquema general el cual resulta ser muy similar a lo que hoy es la 9ª. Beethoven interrumpe su proyecto para poder completar su Missa Solemnis (otra obra de alcance universal y cuyo ambiente general no está alejado de la 9ª) pero finalmente en 1822 retoma la idea del texto de Schiller y aprovecha una comisión para escribir una sinfonía para la Sociedad Filarmónica de Londres. Con esta excusa Beethoven trabaja por dos años en la sinfonía y finalmente la completa en 1824 (A la edad de 54 años).
La 9ª Sinfonía se estrenó en Viena el 7 de Mayo de 1824 y se convirtió en uno de los más grandes éxitos de Beethoven. El estreno en Londres fue el 21 de Marzo de 1825.
En la 9a de Beethoven no podemos estar más lejos de la “música absoluta”. Dicho término siempre me ha parecido dudoso pues el componer es un proceso mental individual y salvo algunos ejemplos de música serial, de chance y azar, la psicología de un compositor (o de un artista) nunca está alejada de su creación. A pesar de que el IV movimiento de la 9ª de Beethoven es el más abiertamente dramático, los comentarios e ideas que se preservan de Beethoven en torno a esta obra nos permiten entender que los tres movimientos puramente orquestales no carecen de un trasfondo que desembocará en ese cuarto movimiento que será una suma y un testamento de lo anteriormente acontecido.
El primer movimiento, Allegro ma non troppo, puede ser visto, en palabras del Profesor Krones, como “la condición desesperada del ser humano…” quizá un descenso o un vistazo al abismo. El segundo movimiento, Molto vivace, es una búsqueda de la felicidad que trata de ser interrumpida obstinadamente por los golpes de timbal. Aquí ya encontramos premoniciones de la oda a la alegría. El tercer movimiento, Adagio molto e canabile, es el redescubrimiento de la fe y el cuarto es el alcance final (no sin esfuerzo y el retorno del caos al comienzo) de la alegría suprema y la fraternidad de los seres humanos. La inclusión de solistas y coros en este Presto final, hacen más enfático el mensaje Beethoveniano. El maestro se rehusó a aligerarle la carga a los solistas (la tesitura que exige es extrema, casi instrumental) y nunca ocultó su preferencia por voces jóvenes que pudieran enunciar claramente el texto. Este texto de Schiller es el símbolo de una época; los albores del romanticismo, años de revoluciones que desembocarán en la independencia de varios países. Pero para Beethoven la revolución debía de ser de ideas, y en la poesía de Schiller encontró el eco de su propio mensaje.
El músico del romanticismo percibió la 9ª sinfonía de Beethoven como un monumento, un ideal inalcanzable, y al mismo tiempo encarnación del credo más elevado del músico. Quizá por ello se ha dicho erróneamente que Beethoven era un romántico (más bien sería la apoteosis del clasicismo). No por nada fue una obra de admiración y de terror; Muchos compositores se negaron a escribir más de 9 sinfonías pues como alguna vez comentó el músico y director danés Niels Gade; “novenas, solo hay una”. Dicho mensaje sigue siendo tan vigente como antes pues finalmente, el corazón humano no puede evitar ser romántico y espiritual.