El martes 24 de mayo tuve el gusto de presenciar en el Aula Magna del Centro Cultural Universitario, Colegio Civil, la única presentación del estreno en Monterrey, en formato de ópera de cámara, del “Matrimonio Segreto” de Domenico Cimarosa. “El matrimonio secreto” (título en español) es una ópera deliciosa que data de 1792, uno par de meses después de la muerte de Mozart. Es una de las pocas grandes óperas clásicas no compuestas por Mozart (únicamente un puñado de Haydn, Sarti y Salieri están a este nivel). La música posee algunos elementos pre-rossinianos y exhibe una sana influencia mozartiana pasada por la vitalidad y ligereza del compositor italiano.

La trama es muy clara: Carolina (soprano) y Paolino (tenor) están casados en secreto. Geronimo (bajo), padre de Carolina y Elisetta (soprano) pretende que esta segunda, la mayor, se case con el Conde Robinson de Escocia (barítono). Desafortunadamente este queda prendado de Carolina y comienzan los enredos, provocados también por Fidalma (mezzo), viuda y hermana de Geronimo. Al final se revela el matrimonio secreto con los perdones específicos y el Conde Robinson finalmente decide casarse con Elisetta.

La propuesta se construyó con gran acierto desde la producción, trayendo la trama al presente y con un trazo escénico preciso, divertido y favorecedor a los cantantes de parte de Ivet Pérez. La producción de ciertos detalles conceptuales en las telas del fondo y con un piso estupendo, mobiliario y elementos actuales, funcionó muy bien.

Al piano, Jorge Martínez, abordó con delicadeza y suficiente estilo esta partitura clásica, de muchas escalas en su reducción a piano. Logró salvar también los escollos en algún momento en que vaciló Óscar Martínez en los recitativos, como Robinson.

Vocalmente fue un agradable trabajo de ensamble: el elenco funcionó muy bien escénicamente y en el canto en conjunto. Ya destinando un poco de atención a las voces individuales es donde encuentro ciertas áreas de oportunidad.  Como Fidalma, Denisse Montoya mostró una voz que ha crecido en volumen y algún sonido prometedor, sin embargo, en sus solos la línea vocal a veces se caía en ciertas frases, flaqueando en el soporte. Edith Montemayor, Carolina, exhibió una voz de soprano ligera de cierto temperamento, sonido prometedor, que fue de menos a más conforme pasaba la velada; de sonidos tentativos y algunas frases caídas llegó a exhibir un timbre que tiene potencial.

Esas dos voces, al igual que la de Edgar Garza, Paolino, están aún en formación. Este último tiene un timbre de tenor ligero, ideal para el repertorio clásico, pero requiere pulirse más en el fraseo y estilo.

El resto del reparto estuvo comprendido por tres voces profesionales y de alguna forma apuntalaron el trabajo del ensamble. Karina Rios, Elisetta, fue una grata sorpresa con una interpretación segura, comprometida; sin derrochar voz creó un personaje de canto más que correcto y buena línea clásica. Óscar Martínez y Rafael Blázques son dos voces experimentadas que han trabajado juntos en diversas ocasiones: dominan la escena y a través de detalles de interpretación o caracterización elevan la calidad del conjunto. Ambos mantuvieron sus arias, lo cual se agradece y quizás el momento cumbre de su colaboración fue el dueto; ya precursor de Rossini. Martínez olvidó y aflojó su vocalidad en un par de ocasiones en recitativos, aunque salió avante con su colmillo. Blázques mostró su registro bajo con buenas sonoridades, incluso interpolando un fa. En comedia siempre es un deleite y cantó con buen sonido, registros parejos, su aria que queda más para un barítono bufo.

Esta puesta en escena valdría la pena que se pudiera escuchar con orquesta, la cual abona mucho a la elegancia y encanto de la música de Cimarosa, no en vano el emperador Leopoldo II ordenó, tras la función de estreno en Viena, un encore ¡de toda la ópera! Lo cual se llevó a cabo tras la cena.