El 24 de marzo escuchamos el séptimo programa, dedicado íntegramente a Beethoven, de la 1ª serie 2022 de la Orquesta Sinfónica de la UANL. El concierto abrió con la Obertura “Coriolano”, Op. 62 de Ludwig van Beethoven, obra compuesta para la tragedia de von Collin. La música nos presenta el conflicto del general romano que vacila entre atacar Roma y sus sentimientos por su madre que lo motiva a dejar las armas. La obertura es una de las más famosas de Beethoven; poderosa en su tema inicial, tierno en el segundo. Me abría gustado un poco más de acentuación en ese tema inicial fuerte, pero vacilante. La lectura de Eduardo Diazmuñoz poseyó un pulso amplio y un gran cuidado de dinámicas. La obertura concluye desvaneciéndose poco a poco (Coriolano se suicida antes de atacar Roma) y la orquesta respondió en este diminuendo.
Fue un deleite disfrutar del Concierto para piano No. 3 en do menor, Op. 37, para muchos el favorito de los 5. El solista fue Carlos Guzmán de León. Hace tiempo que no tenía la oportunidad de escuchar a este maestro. La musicalidad que logró fue sobresaliente; sirviéndose de tiempos en general expansivos, que le permitieron articular la música y mantener un balance sonoro, a momentos acariciante. El Allegro con brio se planteó desde el largo tutti orquestal del inicio de amplio sonido, la orquesta se escuchó cultivada en todas sus secciones. Llevaba tiempo sin escuchar tal lustre con la OSUANL. Salvo un momento de cierto sonido sucio en las maderas durante el desarrollo, el resto fue notable. Guzmán de León trabajo con cuidado los pasajes y escalas, optó por una lectura poética y no por el despliegue virtuosístico y pareció estar en el mismo plano expresivo que Diazmuñoz. En la cadenza el solista desplegó temperamento y se permitió cierto lucimiento. El segundo movimiento fue de carácter etéreo y desde el solo inicial Guzmán de León fraseo la música con gran elegancia. Este movimiento es de los más bellos y tiernos de Beethoven, la orquesta cumplió con pulcritud y dinámicas etéreas. El rondo final, allegro, permitió en su lectura moderada apreciar detalles de articulación de parte del piano y la orquesta alternó igualmente con momentos destacados en las maderas, destacando el fagot. Este concierto también es relevante para los timbales y aquí se exhibió gratamente el control absoluto de dinámicas del titular. El Beethoven de Guzmán de León es poético, mal acostumbrados a muchos pianistas locales que apuestan más por el sonido ampuloso y burdo, escuchar a Guzmán de León fue más que grato. Su musicalidad sobresale frente a algún momento de menor precisión en las escalas del primer movimiento (algo que no reduce el mérito de la interpretación total); es un quehacer musical sabio que logró en Diazmuñoz y la Orquesta el complemento perfecto. Pensando en algunos maestros como Mauricio Nader que ha quedado a deber las dos veces que ha tocado el 5º de Beethoven, esperaría una invitación futura para Guzmán de León y quizás permitirnos escuchar su Schumann. De encore brindó un sentido arreglo a cuatro manos de la Serenata Nocturna de Mozart, acompañado por su nieto de 6 años.
La segunda parte del concierto fue ocupada por la Sinfonía No. 8 en fa mayor, Op. 93, la más corta de las 9 de Beethoven y una de las que exhibe un excepcional sentido del humor (junto con la 4ª). La concepción de Diazmuños es de un Beethoven de orquesta grande tradicional, sonido lustroso, cultivado, tiempos expansivos y esta apuesta que contrasta con abordajes de Beethoven más historicistas y contrastantes, nos permite escuchar detalladamente la sabia música del genio de Bonn. El allegro vivace inicial desplegó una deliciosa amplitud en su tema inicial que juega con las dinámicas, el segundo tema, tomado más expansivamente, logró el contraste esperado. Hay que destacar el trabajo encomiable de ensamble y el sonido rico de las cuerdas. El segundo movimiento, con referencias al pulso del reloj e incluso un final digno de Rossini con el deleitable trabajo de flautas y oboes. El minueto, caduco pero encantador, fue notablemente transparente en sus diversos planos y dinámicas; tuvimos la oportunidad de escuchar las interacciones de fagots y oboes con total nitidez y estupendo sonido. Los cornos igualmente dieron una ejecución de gran prestancia y sus solos en el trio junto con el clarinete fue un momento agradable. El final, exuberante ,mantuvo un pulso firme moderado; esto permitió disfrutar de las diversas dinámicas, la articulación de las cuerdas, los instrumentos de aliento y el notable trabajo de timbales, afinados en octavas por primera vez en una sinfonía. La cualidad etérea de la música se mantuvo a lo largo del movimiento. El final, emocionante, con ese martilleo persistente y con gestos que retienen su conclusión redondearon una noche beethoveniana de gran dignidad y de momentos de alto nivel musical.