Amigas y amigos, esta segunda columna está destinada a hablar, con gran entusiasmo, de la noche de ayer que nos regaló la soprano estadounidense de ascendencia mexicana, Ailyn Pérez. Este fue un esfuerzo del Patronato de la Escuela Superior de Música y Danza de Monterrey, con la colaboración del Mexico Opera Studio. El programa estuvo centrado en la música de Giacomo Puccini, quien este año cumple 100 años de haber fallecido. Pérez estuvo acompañada de la Super Orquesta y la batuta de su titular, Abdiel Vázquez. A pesar de ser una noche fría, el público respondió con una calidez explosiva al canto de esta gran diva de hoy.
El programa fue estructurado de forma muy inteligente: a través de bloques temáticos. En la primera parte escuchamos música de Manon Lescaut, La Rondine y La Boheme. La segunda parte incluyó la música de Suor Angelica y Madama Buteerfly, dejando como encores dos grandes arias de Tosca y Gianni Schichi.
La voz de Ailyn Pérez es emocionante: el tamaño es carnoso, con sobretonos oscuros sedosos. Posee un centro de gran colorido y un registro agudo de gran solidez. Es el tipo de voz que podríamos decir lírico pleno con tintes “spinto”. Pérez manejó con absoluto control su instrumento; exhibió una messa di voce excepcional y exhibió diminuendos, pianissimos, y toda una pléyade de recursos técnicos.
La noche comenzó con una selección de números de Manon Lescaut, ópera que a mí en particular me parece lo menos interesante del Puccini maduro. Es música que abordó por primera vez Pérez y en algún momento perdió la línea; más adelante se iba a disculpar por este incidente que me pareció mínimo y demuestra que el artista es ser humano. En “In quelle trine morbide” exibió ya ese registro medio emotivo, un fraseo casi de vieja escuela pero en “Sola, perduta, abbandonata” desplegó destellos dramáticos que habrían de regresar en grande para la segunda mitad.
Después de un encantador “Chi il bel sogno di Doretta” de la Rondine y un cuarteto del mismo donde participaron becarios del MOS, tuvimos la oportunidad de llegar a uno de los primeros grandes momentos de la noche; “Si, mi chiamano Mimi” aria de la “Boheme”, uno de sus roles más importantes. Tuve el gusto de escucharla cantando este papel en el MET hace unos años y se llevó la noche. Aquí Ailyn se mostró dueña total del papel, un fraseo musical, un canto emotivo, y un parlando, como el del final del aria, señorial.
Tras el intermedio Pérez me provocó lágrimas cantando “Senza mamma” de Suor Angelica: esta, amigas, amigos, es la magia de Puccini. Si Puccini te hace llorar, es un Puccini interpretado a punto. La voz de Pérez, a flor de piel, con unos matices de gran belleza, un instrumento totalmente comprendido. Imposible no desmoronarse con el canto patético y dignificado de las siguientes líneas: “Ah! Dimmi quando in ciel potrò vederti? Quando potrò baciarti!…” Posteriormente fue acomapañada por sopranos y mezzos del MOS en un magnífico momento de esta ópera.
Sin embargo, el gran clímax de la noche ,llegó con “Madama Butterfly”. Ópera de gran seducción; incluso aquellos que hemos querido ignorarla, volvemos atrapados, hace garras nuestros sentimientos: quedamos vulnerados con “Un bel di vedremo”; la voz media, los sobretonos ocres, el sonido pucciniano ¿Qué más se puede pedir? y aquí el MOS estuvo a la altura con las intervenciones de Issac Herrera como Sharpless y Rafael Rojas, quien volvió a mostrar un timbre de gran belleza, usado con musicalidad y quien cantó un muy efectivo “Addio fiorito asil”. En estas escenas extendidas de “Madama Butterfly” fue el único momento en donde Abdiel Vázquez se dejó arrebatar por las sonoridades puccinianas, permitiendo que la orquesta ahogara un poco el canto de los artistas; a pesar de ello salieron avantes.
Imagínense, si uno ya estaba tocado por lo anterior, con “Con onor muore”; el gran solo del harakiri de Butterfly, sufrimos con el arte. Me fue difícil contener las lágrimas y el sollozo; ¿Me pregunto si otros estábamos así? Porque ese es el arte pucciniano. Ese es mi termómetro: si esta aria final nos lleva al llanto, estamos hablando de un Puccini ejemplarmente interpretado. Y al ver el semblante de Ailyn, avasallada por las grandes muestras de emoción del público, que para este punto ya estaba rendido ante su arte, ella también lloraba. No sé si por haber llegado a la epidermis de este rol o por la emoción de cantar en el país de sus raíces (su familia es de Jalisco). Sea lo que sea, la voz de Pérez, a través de esos momentos de canto quedo hasta sus explosiones vibrantes, nos emocionaron a tope.
En todo este programa la batuta de Abdiel Vázquez parecía como nacida para interpretar Puccini; conoce la música a corazón, sin partitura. Los detalles que logró de su orquesta, incluyendo unos metales pulcros y excelentes sonoridades de las maderas, son del mejor trabajo que le hemos escuchado jamás. Acompañó con cuidado, salvo en uno o dos momentos ya consignados. Algunos detalles endebles, cuerdas menos precisas, por ejemplo, en el preludio orquestal de Manon Lescaut, evidenciaron que esta es una joven orquesta. Pero el carácter y las ganas están allí: no hay mejor augurio que ese. Tal fue la emoción que hasta un contrabajo “explotó” durante la función.
Vázquez también mostró un acompañamiento a piano refinado; el último encore fue la “Estrellita” de Ponce; magnífico esbozo de la recitalista excelsa que también debe de ser Pérez. Antes de eso tuvimos “Vissi d’arte” de Tosca, con muchas de las cualidades ya comentadas, así como un, fuera de rutina, “O mio babbino caro”; esta aria que se canta tan mediocremente porque todas las sopranos la incluyen en su repertorio, aquí fue escuchada como debe de ser; y una vez más se derramo alguna lágrima; el fraseo generoso, las notas flotadas… La presentación de Ailyn Pérez es un parangón de hacia dónde puede llegar una carrera de canto comprometida y entregada: muchos de los cantantes del MOS tienen ese potencial y aspiracional: quedaron mostradas las diferencias, pero también las esperanzas.
¿OPERA PARA TODOS?
El público llenó más de ¾ del Auditorio San Pedro. La planta baja tenía algunos lugares disponibles. Este concierto es uno de tres excepcionales que hemos tenido en un lapso de un año en Monterrey: Elina Garanca (con la misma orquesta), Isabel Leonard (con la SAT) y Ailyn Pérez.
Sigo incrédulo que una ciudad como Monterrey, de 5 millones de habitantes, no pueda llenar teatros en este tipo de eventos de primera línea artística. La publicidad se ha hecho correctamente, pero me pregunto si en otros teatros más céntricos se podría tener mayor impacto. Hay ciudadanos que quizás no puedan pagar el precio de estos boletos. Tendríamos que ver cómo podemos contagiar a más personas a la emoción del canto. Porque vaya que en estos tiempos necesitamos emoción, sensibilidad.