La Leyenda de Rudel, ópera del compositor duranguense del romanticismo tardío, Ricardo Castro, se estrenó en Monterrey con un par de funciones 29 y 30 de abril en el Teatro de la Ciudad. Este detalle no es menor y es lo que en mayor medida se debe agradecer al esfuerzo del Mexico Opera Studio con el apoyo de CONARTE. En México hemos sido tremendamente displicentes con nuestro patrimonio histórico musical: tenemos óperas perdidas, en la necesidad de ser rescatadas, de compositores como Cenobio Paniagua, Melesio Morales, Aniceto Ortega, Gustavo Campa y Ricardo Castro. La Revolución Mexicana enterró dogmáticamente a muchas manifestaciones que hicieron eclosión en el Porfiriato: las dos óperas de Ricardo Castro son ejemplo de ello.
La Leyenda de Rudel, Ópera en un acto y tres escenas, con libreto tanto en italiano como en francés por el poeta y periodista francés Henri Brody, fue estrenada en el Teatro Arbeu de Ciudad de México el 1º de noviembre de 1906, con un reparto eminentemente italiano. Años después, en 1952, se volvió a escuchar en el Palacio de Bellas Artes de esta misma ciudad. En esa ocasión el reparto fue mexicano, destacando las voces de José Sosa (padre de José José) y Aurora Woodrow.
Aunque existe la partitura para canto y piano en la biblioteca del Conservatorio Nacional de Música, la partitura orquestal desapareció (¡Qué raro!), a pesar de que se tocó en una fecha tan relativamente reciente como 1952. México tratando su patrimonio con las patas. Para el estreno moderno de la ópera, en 2014 con la Orquesta Sinfónica de Michoacán y la iniciativa del maestro Miguel Salmón del Real, éste aparentemente dio con la partitura orquestal y se encargó de su edición. Desafortunadamente ésta no ha sido utilizada por el MOS (desconozco las razones) por lo que se contrató a un músico que reorquestó la partitura (presumiblemente trabajando con la partitura vocal). El programa de mano no aborda nada sobre lo anterior y es una pena, pues se trata de algo importante. Lo que se escuchó ayer fue una orquestación refinada e incluso el intermezzo oriental posee la orquestación original (que podemos escuchar en varias grabaciones) ¿Qué tanto se rescató de Castro?
Una vez que dejamos de lado el tema histórico – musicológico, llegamos a la parte medular de este esfuerzo: la calidad de la música, la puesta en escena y la interpretación. Aquí hay varias cosas para poner en perspectiva; algunos comentarios escritos que surgieron de la primera función, harto generosos, están más dentro del campo del aficionado o diletante, hay que realizar una reflexión más meticulosa. Por un lado, la música de Ricardo Castro merece mucho escucharse; es una partitura refinada, romántico tardía, que evidencia la cercanía de Castro a la escuela francesa; las sonoridades etéreas del arpa, el juego de las maderas, en donde se escucharon intervenciones exquisitas del oboes y las flautas, una parte también sutil para los timbales y en las explosiones sonoras de la tormenta del segundo cuadro o del final, sonidos dignos de un Massenet y algunas modulaciones casi franckianas.
La orquesta armada para la ocasión, con varios músicos de la OSUANL, funcionó en la batuta de Alejandro Miyaki, logró un exquisito trabajo en el Intermezzo Oriental (un momento de la obra que sí es conocido y ocasionalmente tocado por orquestas del país). En otros momentos el balance y tamaño del ensamble, peligrosamente delgado en las cuerdas, con algunos sonidos deslustrados principalmente en el inicio, no permitió esa sonoridad apasionada que evidentemente posee la partitura. Fue un trabajo correcto que aún y con sus limitaciones me parece en general superior a lo que podemos escuchar de la versión de 2014.
Pero una ópera, escenificada, va a crear historia por su montaje y su planteamiento escénico (además de las voces). Aquí hay muchas reflexiones en torno a la propuesta de Rennier Piñero y la producción (firmada por el MOS sin especificar quién). Por un lado es indiscutible que esta propuesta sobrepasa la versión previa de 2014 en todos los aspectos, por el otro lado se ha perdido una gran oportunidad de decir algo relevante de una partitura oscura: el público acogió la música con entusiasmo pero el planteamiento escénico no terminó por apuntalar el montaje.
Algunas personas con las que conversé hablaron de la confusión de la historia; de la poca ayuda del trazo escénico y la propuesta visual a los espectadores. A momentos tuvimos tres cuadros inconexos: una escena en el frío bosque por la mañana, con ciertos efectos luz tenue (un buen trabajo de iluminación en general de José Cristerna) que aunque no alcanzaron a lo que vimos años atrás en Macbeth de Verdi, logran un cuadro digno salvo en el cambio a los aposentos del poeta Rudel. ¿Por qué no haber concebido todo dentro de un castillo o recinto? El segundo cuadro fue el más efectivo; la escena de la tormenta en el mar. Aquí los efectos del barco bamboleándose, a través del movimiento del coro, y las olas con el movimiento de velos o gasas me pareció una buena resolución. Desafortunadamente aquí, al igual que en el primer acto, vimos un planteamiento que no ayudó a los cantantes a hacer su trabajo: ¿Por qué enviar hacia atrás al coro y a los solistas? El efecto teatral a costa de la emisión vocal ¿El resultado? Un naufragio de voces. El tercer cuadro, quizás es el mejor planteado escénicamente de los tres (y el más tradicional en este sentido) por otro lado nos presentó un entorno palaciego oriental muy ralo: follaje escueto, unos paneles pelones atrás, cojines, tarimas y párenle de contar. El ballet y coro le brindaron profundidad. Creo que a pesar de ciertos aciertos, me quedo un poco con el sentimiento de episodios inconexos. Además de lo anterior el supertitulaje fue un poco fallido; algunas traducciones estaban incorrectas. Es una pena porque esta es una herramienta donde sí se puede trasladar el texto a un lenguaje actual.
Lo anterior, me lleva a pensar que es una pena que no se haya actualizado el montaje; el mejor trabajo que he visto de Piñero ha sido en modernizaciones: haber trasladado la Leyenda de Rudel a la actualidad habría sido ideal. ¿Cómo pueden conectar las nuevas generaciones con unos campesinos medievales muertos de frio? Cuando se tiene un libreto con ciertas limitantes dramáticas es fundamental un planteamiento escénico que compense esto.
La ópera, ah la reina de las artes escénicas, vive o muere gracias al canto. Aquí puedo decir que la segunda función nos mostró que hay una voz excepcional en el estudio y está el resto. Itzeli Jáuregui realizó una Condesa de Trípoli de primera, con una voz de mezzo vibrante, buena dicción, una emisión pareja que se escuchaba desde cualquier punto del escenario. Su canto fue lírico con algunos sobretonos dramáticos. También fue la que desplegó algo de actuación y creación del personaje. Hace mucho que no escuchaba una voz joven que me emocionara tanto. Canto sus solos con gran emotividad; especialmente bello el del tercer acto.
Del resto, me agradó Fernando Cisneros, un peregrino, quien exhibió una voz de cierta potencia, algo rocosa pero prometedora. Algunas palabras más podríamos decir de Carlos Adrián Hernández como el capitán del barco; a pesar de la mala posición escénica en la que estuvo, su voz se escuchó lo suficiente y desplegó un buen y agradable sonido oscuro. Más desigual estuvo Fernanda Allande, soprano, como Segolaine, el primer amor de Rudel. No me pareció muy en estilo por su color y por cierto fraseo deslustrado. Aún así su voz se escuchó sin mayores problemas, posee algunos buenos sonidos dramáticos.
Desafortunadamente Manuel Dávalos no terminó de llenar, ni vocalmente ni escénicamente su personaje. Dávalos posee una voz bella, incluso pareja en sus registros pero su emisión es delgada y frecuentemente la orquesta pasó por encima de él. Esto me deja ciertas dudas del tipo de tenor que se requiere para Rudel (aún en esta “reorquestación”) . Todo indica que se requiere un tenor de fuelle de buena masa en el registro medio. Seguramente las aptitudes de Dávalos van más hacia Mozart y algunas cosas del repertorio italiano, por lo pronto. Como actor no ofreció mucho para darle vida al personaje principal.
Salvador Villanueva como el mensajero, padeció de los mismos detalles que Dávalos.
El Coro del MOS y el Ensamble Coral de la Facultad de Música realizó un buen trabajo en lo general; se agradece poseer un coro sonoro, no absolutamente refinado pero solvente. El Cuerpo de Baile de la ESMYDM fue un gran acierto. Mientras disfrutaba de esa primera parte del tercer acto me puse a pensar que en Monterrey debería de ser de rigor buscar el montaje de óperas con ballet. Tenemos excelentes escuelas en este sentido. Bien el trabajo de Jaime Sierra y la coreografía de Ranniely Piñero.
Como un esfuerzo de corte académico, que incluso está por encima de lo que se hace en otras entidades, hay que reconocerle a MOS este rescate. Esta debería de ser una línea exploratoria y muy gratificante para los cantantes que están a unos pasos de saltar a los circuitos operísticos del mundo. El compromiso con la ópera mexicana por ser rescatada es una gran vocación. La Leyenda de Rudel de Ricardo Castro es una ópera con música de calidad, compacta, que nos ofrece una alternativa previa a la historia de Geoffrey Rudel que ahora ha sido retomada con éxito por la gran compositora Kaija Saariaho en L’ amour de loin.
No tuve oportunidad de ver las funciones de estreno pero estaré pendiente de la reposición posterior. Y me parece valioso el comentario porque me recuerda que en los montajes de propuestas no tan conocidas, estar familiarizados con el argumento y detalles del contenido hacen más llevadero seguir la trama a quienes no estamos tan versados.
Muchas gracias por el comentario. Esperamos que esta iniciativa permita presentar “La leyenda de Rudel” en otras partes del país. Es un patrimonio mexicano.
Excelente critica. Esa es la labor de la misma, que los espectadores aprendamos a observar el arte desde los ojos de quien lo ha estudiado.
Muchas gracias por tu comentario Toño, saludos cordiales.