Hay conciertos a los que uno asiste por nostalgia; el hecho histórico de ver a una leyenda por primera vez – en declive – pero finalmente leyenda. A esto podemos añadir el entusiasmo por cierto artista a lo largo de la vida y el estar presente en su ocaso es despedir una época y una parte de nuestro presente. Sin embargo, la noche del 27 de Noviembre en el Palau de la Música Catalana no fue una diva en declive – over the hill dirían algunos angloparlantes – sino una dama majestuosa en el bello otoño de una gran carrera mostrando cuan dignamente se puede envejecer y a la vez cuan vigente puede permanecer una artista que en general ha tomado las decisiones correctas en su carrera. Hace unos días comentaba en entrevista a El País (realizada por Jesús Ruiz Mantilla) “¿La ópera? Eso es para jóvenes” y añadía “La ópera ha llenado mi vida, pero hay que saber decir adiós” eso de una artista jovial de 62 años, de impecable figura y fina belleza. Cuando entró al escenario del Palau ahí estaba esa leyenda retirada de la ópera pero inmensa aún en el arte del recital. Cuando vi a Pavarotti en Monterrey me emocionó el concierto a pesar del endeble estado vocal, estaba viendo, después de todo, al gran Pavarotti. Pero ayer por la noche escuchamos una voz inteligente, una voz que no tenemos que justificar. La noche fue emocionante y a cada sección del recital Kiri Te Kanawa era despedida con aplausos calurosos y bravos de su legión de admiradores. ¿Cómo no podemos querer a esta gran señora que nos regala ese timbre tan hermoso y nos conquista con su estilo? Parte del éxito redondo de la noche lo mereció Julian Reynolds al piano. Su acompañamiento dejó en todo momento la atención a Kiri, sin embargo la dulzura de su toque y el colorido que obtuvo de la música fue un perfecto complemento.
El repertorio de la noche fue una selección de la canción de arte interpretada en cuatro idiomas. Por supuesto que Kiri no es una lingüista todo terreno como lo fue un Nicolai Gedda, para ser honesto su dicción no es la mejor de sus cualidades. Incluso en un compositor tan importante en su repertorio como Mozart salió a relucir alguna vocal anglófona. Por supuesto que su línea mozartiana es impecable la cual demostró en una ejemplar An chloe. Las canciones de Mozart son joyas de gran belleza que merecerían ser mejor conocidas. Un moto di gioia capturó la alegría de la soprano neozelandesa que se mostró en su voz más ligera y volátil.
Richard Strauss es un compositor imprescindible cuando se habla de Kiri Te Kanawa. Aquí la diva estuvo en su elemento. De entrada debo decir que la parte más profunda del programa la constituyeron las canciones de Richard Strauss y Henri Duparc, ambas en la primera parte. El costo del evento fue desquitado con creces en estas selecciones. Fue para mi un deleite encontrarme con las canciones de Strauss, un compositor que francamente no es de mis favoritos. Sin embargo qué belleza de música, sus canciones tienen una claridad y una translucidez seductoras. Son obras sublimes, no puedo decir más. Die Nacht fue un momento arrebatador de media luz, el timbre de Kiri prístino cual luna plateada. Su centro sigue firme, su vibrato controlado salvo alguna deficiencia mínima en el registro bajo aunque no carente de color. Sus agudos siguen siendo seguros y no trata de sorprender. Nos da todo lo que tiene, cubre perfectamente la voz al subir y trabaja cada canción con sumo cuidado, quizá enfatizando en la pureza del sonido más que en las palabras, en este aspecto muestra perfectamente su pasado operístico. Morgen fue otra canción deliciosa, el alemán es un idioma que no le presenta mayor problema. La primera parte cerró con Duparc y aquí el acompañamiento más intoxicante y dramático requirió lo mejor de Julian Reynolds. Chanson triste fue un momento de pathos y me conmovió profundamente, el arte de Kiri va más allá que el cultivo sonoro.
La segunda parte fue más irregular en un comienzo. Las canciones de Poulenc carecieron del humor más ligero y el acompañamiento mercurial del que era capaz el propio compositor. Me escandalizó un poco el tiempo tan lento escogido para Voyage a Paris, prácticamente echaron por los suelos esta pequeña gema que tiene que ser ligera. En cambio la interpretación de Hotel nos sumió en un cuarto lleno de humo mientras el individuo se sume en la languidez. El francés de Kiri si bien no impecable, posee solidez. Las canciones en castellano de Guastavino y Ginastera mostraron a la soprano un poco fuera de repertorio. Se aprecia y se agradece el gesto y la dedicación, pero francamente su castellano mal acentuado me distrajo un poco de una buena caracterización de su parte. La segunda mitad tuvo su punto alto con otra sorpresa, las canciones de Ermanno Wolf-Ferrari. Las canciones del compositor italiano tienen el cuidado melódico del que carecen varias de sus óperas. Una delicia.
La velada terminó con Puccini. Sobresalió la demandante Mattinata cuyo tema principal Puccini rehusó posteriormente en La Boheme (tercer acto). Aquí la diva tuvo que usar todos sus recursos actuales y lo consiguió con gran estilo, incluyendo una incursión a tesitura alta. Tras los aplausos y los vítores afectuosos regresó para despedirse con dos números operísticos; Io sono l’ umille ancella de Adriana Lecouvreur de Cilea y O mio bambino caro de Puccini. En estos dos números, cantados con una belleza y técnica irreprochable Te Kanawa mostró porqué es una diva y porqué innumerables sopranos secundarias que tratan de incluir estas arias en sus programas fracasan una y otra vez. Perfección e inteligencia sólo los grandes.