Muy atinadamente el Réquiem de Giusepp Verdi ha sido considerado una ópera sacra por la grandeza de sus gestos, el melodrama musical y la confrontación de las voces con la orquesta (en esta presentación quedó muy claro esto último). Pero hay también un cierto sabor a rito del que el agnóstico Verdi no pudo escapar y que define con firmeza el contexto de la obra; El poderoso tema del Dies Irae – que irrumpe estruendosamente en tres ocasiones a lo largo de la obra – podría haber salido de Aida o Don Carlos pero la potencia aplastante de este momento no pudo haber sido creada dejando de lado el texto en latín de la misa para difuntos. La retórica académica, los pasajes fugados, la severidad de la escritura cimientan al Réquiem de Verdi en la tradición italiana de música sacra. La batuta de David Giménez Carreras, tersa y clara, permitió revelar algunos de los posibles modelos del maestro de Bussetto; Los Requiems de Cherubini y el Stabat Mater de Rossini fueron revelados como influencias de esta magna obra, dedicada a la memoria de Alessandro Manzoni (1874)
La Orquesta Sinfónica del Valles es una orquesta regional de España, además es residente del fabuloso recinto que es el Palau de la Música Catalana. Lo sobresaliente es la calidad del ensamble, el cual sobrepasa por ejemplo la calidad de una orquesta como la Sinfónica de la Universidad Autónoma de Nuevo León. A diferencia del director del ensamble antes mencionado David Gimenez Carreras apenas cuenta con un año al frente de la Sinfónica del Valles y aún así se nota su compromiso con el repertorio vocal. Giemenez Carreras proviene de una familia que incluye a su ilustre tío José Carreras y quizá por esta vía es de donde viene esa afinidad por la música vocal. Su dirección obtuvo lo mejor de un ensamble que posee una sección de cuerda lustrosa, pero más aún un conjunto de alientos de primera línea y una sección de metales que ya quisiéramos en Monterrey (y en varias plazas de México). La visión de Gimenez Carreras no traicionó el elemento sacro de la obra y sus tiempos fluidos y siempre atentos a sus solistas permitieron disfrutar de la obra cual si fuera un rito.
El coro Orfeo Catalá es sin lugar a duda uno de los máximos coros de Europa. Me comentaban unos amigos que cuando un barcelonés quiere atender bien a sus invitados foráneos melómanos lo llevan a ver este coro pues es una garantía. Con razón. El trabajo de Joseph Villa al frente de esta agrupación ha sido más que estupendo. Escuchar esa masa vocal, impecable, redonda que surcaba el interior del teatro, arremolinado de emotividad alrededor de las pipas del gran órgano, fue una experiencia única. A ese pesante Réquiem eternam sobrevino la explosión del Dies irae y la impecable fuga del Sanctus. Las intersecciones de coro y solistas no pudieron ser más sublimes con la voz de esa señorona del escenario que es Verónica Villarroel, envuelta en un saco negro y llena de dignidad, conmovió por su canto, pero qué figura corta la diva chilena.
Y hablando sobre los solistas tengo que comenzar con Villarroel, sus intervenciones en la secuencia nos mostraron una voz lírica de sobretonos spinto que definitivamente tiene el centro para música tan demandante. Voz de agudos vibrantes y de un cierto ocre seductor. Su intervención en el “recordare” al lado de Nancy Herrera nos mostró una faceta más delicada de su canto. Fue emocionante escuchar su voz sobrevolando el viento y marea del coro. Su intervención final en el “Libera me” me dejó apabullado emocionalmente y salvo un problema en la colocación flotada de un agudo expuesto su canto fue memorable, su concentración y sentimiento casi litúrgico.
Nancy Fabiola Herrera es hoy por hoy la mezzo española, punto. La diva de las Islas Canarias es una mujer hermosa que refleja su belleza en su seductora voz mediterránea. Quiero destacar entre otras cualidades la solidez de su línea vocal y la igualdad de sus registros. Su voz ha ganado oscuridad y poderío dramático, aunado a su inteligencia tuvimos otra interpretación sobresaliente, su Liber scriptus robó el aliento y sentó la pauta de la noche. Fue un placer escuchar su voz unida a la de Villarroel, juntas revelaron los misterios místicos de esta poderosa obra.
De ninguna forma se debe interpretar que si bien Villarroel y Herrera fueron la crema vocal de la noche, el trabajo de Aquiles Machado o Stefano Palatchi careció de interés. Es solo que el nivel que mostraron las dos divas minimizó ligeramente el canto seguro pero quizá más rutinario de los dos artistas masculinos.
Aquiles Machado tiene una voz de gran belleza. Instrumento bien colocado, vibrante y juvenil. Su interpretación fue genérica aunque sorteo todas las dificultades del ingemisco, incluyendo la temible tesitura alta. Es una voz de buen fraseo aunque quizá falta ese extra de individualidad. En el resto de la obra no demeritó el alto nivel del ensamble.
Stefano Palatchi es esa avis rara, un verdadero bajo cantante español. El timbre no es especialmente bello pero su voz áspera tiene resonancia y comandó un sobresaliente mors stupebit, grave y sacerdotal. (Los metales resonantes en el Tuba Mirum anterior dieron pauta para este memorable número).
En suma un cuarteto vocal de primer nivel, un coro de primer nivel y una orquesta entusiasta que logró un extendido y extasiado aplauso de más de cinco minutos ininterrumpidos. Músicos y público entusiasmados, y con razón pues esta es una experiencia colectiva. Sin bravos, ni chiflidos, el público comprendió que el escuchar esta obra es participar en un culto universal.