La última semana de enero de 2013 tuve el placer de convivir con Enrique Arturo Diemecke, uno de los grandes directores de orquesta mexicanos de la actualidad. Diemecke se presentó dirigiendo la séptima sinfonía de Mahler con la Orquesta de la Universidad Autónoma de Nuevo León, en lo que fue su debut en Monterrey como director de orquesta. Diemecke había vivido en su niñez en la ciudad cuando su padre (también músico) fue invitado a participar en la recientemente formada Orquesta Sinfónica de la Universidad Autónoma de Nuevo León.
Diemecke comenta que su preparación musical fue natural (su padre era violinista, su madre pianista). Constantemente se escuchaba música en la escuela de música de sus padres (un negocio hasta cierto punto informal ya que nunca pagaron publicidad externa). Pronto las dotes excepcionales del joven músico se hicieron notar y en su niñez tardía ya era un violinista mucho más completo que otros que tenía el ensamble universitario. A pesar de que se incorporó a la joven orquesta pronto fue cesado de sus actividades como atrilista debido a que el director, Héctor Monfort, consideraba que “la orquesta no es una guardería”. Hoy Diemecke comenta divertidamente que llega a la OSUANL ya no en calidad de músico de “guardería” sino que ahora lo sacan del “asilo” para dirigir.
Curioso que uno de los grandes directores de orquesta mexicanos de los últimos 20 años jamás hubiera dirigido la OSUANL. Esto nos lleva a pensar, un poco maliciosamente, que quizá no era del todo equivocado el rumor de que Félix Carrasco (que fue director principal de la OSUANL de 1991 a 2009) únicamente invitaba a directores amigos o que no pudieran opacarlo. Sea cual sea la verdad, el hecho es que la ausencia de Enrique Arturo Diemecke fue inexplicable y finalmente quedó remediado el 31 de enero de 2013 con la invitación que le hiciera Jesús Medina y además con la magna obra que es la 7ª de Mahler.
Diemecke es un gran conversador, ameno, gracioso y profundo. Cuando habla de música, lo hace comunicando el amor de un melómano. Habla con entusiasmo sobre la ópera; “(Plácido) Domingo es un gran artista pero sobretodo un astuto político”, “(Francisco) Araiza fue un rey en Mozart y Rossini pero abordó papeles más pesados buscando mayor profundidad en sus personajes, esto en detrimento de la exquisitez con la que cantaba a los anteriores maestros”. Sobre su grabación reciente en DG de “Le Jongleur de Notre Dame” (El Juglar de Nuestra Señora) de Massenet, habla con entusiasmo sobre la música; “Una bella ópera de momentos conmovedores”. Aunque de Roberto Alagna es un poco más mesurado; “Llegó a las grabaciones preparado y en buen carácter pero siempre divo al final. Tardamos menos de lo que teníamos previsto para grabar la ópera pero Alagna ya no quiso revisar algunos momentos perfectibles ni regrabarlos a pesar de que todavía teníamos tiempo de estudio separado”.
Con respecto a la 7ª de Mahler, Diemecke comenta que hay una analogía entre el repertorio operístico que estaba dirigiendo Mahler en ese momento y los temas y desarrollo de la obra; “Esta sinfonía de Mahler bien puede interpretarse como una obra inspirada en diversos episodios de Don Giovanni; incluso hay una similitud entre el tema inicial de los trombones en el primer movimiento y el tema de del Comendador cuando se aparece en la cena de Don Giovanni”. Si no es exactamente un poema sinfónico esta magna obra bien podría estar inspirada en episodios específicos de la ópera de Mozart; la segunda música nocturna parece surgir de una serenata fallida del seductor antihéroe. También le señalé a Diemecke un tema en el primer acto de la ópera Samson et Dalila de Saint-Saëns, asociado con los judíos, que también aparece en la obra de Mahler. Cualquiera que sea la influencia detrás de la composición de Mahler no podemos olvidar su gran trayectoria como director de ópera. Diemecke remata; “Muchos comentaristas y críticos se han equivocado con la séptima; no se trata sobre la depresión de Mahler o la oscuridad, sino sobre las tentaciones y los deseos (no carnales), se trata de un mundo operístico”.
También Diemecke habla sobre los peculiares instrumentos que requiere la obra; “los cencerros deben de ser tocados por un músico que suspenda su noción de ser músico y se convierta en una vaca”.
En cuanto a su estudio de partituras comenta; “La interpretación de una obra surge del estudio sin influencias de la obra. Una vez trabajada la obra es como si estuviera el muerto listo para maquillarse, este último es el proceso de interpretación”.
Después de la emotiva y teatral interpretación de la 7ª (incluyendo algunos gestos dirigidos al público) nos quedamos admirando esa capacidad de comunicador de Diemecke, un director que sabe la importancia de educar como parte del proceso de disfrute de la música clásica.