¿Qué es la perfección en una interpretación? Abro mi crónica con esta pregunta pues invariablemente, el oyente experimentado, el músico, el crítico buscan La Ejecución. Pero esa magnífica, quasi utópica interpretación nunca llega pues una entrada en falso, una nota sostenida de mas, alguna nota oscilante dan al trasto con esta infructuosa búsqueda. La consecuencia es el olvido de otros elementos que me parecen igualmente importantes. ¿Dónde ha quedado la expresividad? ¿La emoción comunicada a través del quehacer musical? La música es más que una partitura interpretada a la perfección. Ciertamente esta temática ha acompañado (me ha acompañado) en diversas discusiones que no llegan a un veredicto final. Con lo anterior no estoy anunciando que una interpretación técnicamente desastrosa puede ser rescatada por la comunicación, no. Para hacer música debe haber un estándar de excelencia que es lo menos que se le puede pedir a un ensamble profesional, música mal interpretada no tiene otro destino más que la vergüenza. Sin embargo cuando nos encontramos con una orquesta profesional de calidad como la Orquesta Sinfónica de Barcelona y Nacional de Catalunya cualquier carencia que pueda mostrar técnicamente puede ser compensada con una mente brillante en el podio que obtiene lo mejor del recurso humano con el que cuenta, tal es el caso de Michel Plasson que al frente de esta orquesta (un ensamble que todavía no llega a la primera línea) ofreció una noche de refinamiento tímbrico y pasión.
La figura de Michel Plasson a sus más de 70 años es ligeramente encorvada, su técnica es una combinación de desgarbo y espontaneidad, movimientos amplios y precisión. El resultado son interpretaciones que siempre tienen una belleza estética característica, una proporción bien cimentada y un quehacer musical apasionado sin llegar a la exacerbación. Plasson, a lo largo de su carrera, nunca ha confundido amplitud con estolidez y esto hace que sus interpretaciones, ya sean en vivo, ya sean en disco, siempre sean interesantes. Plasson generalmente no se obsesiona por una impecabilidad técnica por encima de la expresión. Su quehacer por la música francesa es legendario y ese amor por el repertorio de su terruño quedó de manifiesto en la elección del programa y en la compenetración de la Orquesta Sinfónica de Barcelona y Nacional de Catalunya para con el repertorio de la noche. Me sorprendió que este fuera el debut de Plasson dirigiendo la ONB, tal fue la compenetración entre director y ensamble.
El programa comenzó con la Suite Pelleas et Melisande de Gabriel Faure. Parte del éxito siempre fresco de esta obra se le debe, sin embargo, al compositor Charles Koechlin, alumno y amigo de Faure. La etérea orquestación de Koechlin (presumiblemente con indicaciones de Faure) nos transporta al lánguido mundo de la obra de Maeterlinck y por algunos momentos nos hace desear que Faure hubiera compuesto la música de la célebre ópera en lugar de Debussy. El sonido de las cuerdas (quizá la sección más sólida de la orquesta) tuvo un cuidado sobresaliente y los tiempos escogidos reflejaron toda una vida de compenetración con la partitura. Cabe destacar que Plasson no utilizó partitura alguna durante el concierto. La famosa siciliana mostró las cualidades de Christian Farroni en la flauta, una interpretación soñadora acompañada por la liquidez del arpa.
Siguió la Sinfonía en do mayor de Georges Bizet, una obra deliciosa que siempre mantiene esa frescura y genialidad que también tienen las óperas más destacadas del autor. (Algunas de las cuales comparten ideas musicales presentes en la sinfonía). El carácter esencialmente clásico de la obra reveló algunos detalles de indisciplina de parte de las trompetas, afortunadamente el trabajo del resto del ensamble no demeritó la calidad de las obras. Curiosamente el Allegro vivo inicial poseyó una holgura inusual bajo la batuta de Plasson quién, a pesar de esto, mantuvo el pulso de la obra sin problemas. El adagio fue uno de los mejores momentos de la noche con una interpretación sobresaliente de Disa English al oboe, su fraseo exquisito le valió un aplauso especial a la conclusión de la obra; en un gesto de gran hidalguía Plasson caminó tras los atriles y se dirigió hacia la sección de maderas, ahí abrazó e intercambio algunas palabras con el músico para finalmente aplaudirle a solo unos centímetros de su atril. La interpretación de Plasson ganó en ligereza, sobretodo en el Allegro vivace final el cual tuvo un fraseo impecable (a veces difícil por lo vertiginoso que pude ser). El aplauso del público fue caluroso desde ese momento pero el punto culminante de la noche fue la Sinfonía en Si bemol mayor de Ernest Chausson. Es un placer escuchar en concierto esta obra, que merecería ser más interpretada, precisamente con uno de los directores que la ha tomado de estandarte a lo largo de su carrera.
La sinfonía de Chausson es una de las cuatro o cinco grandes sinfonías de la escuela Franckiana (al lado de trabajos como los de Dukas, D’Indy y el propio Franck). La obra está escrita en tres movimientos, con clara influencia del modelo Franckiano. El carácter más severo y apasionado de la obra, así como una orquestación más nutrida contrastó con la primera mitad del programa. El lento inicial abrió misteriosamente la segunda parte hasta que irrumpió el allegro vivo con un tema de elegancia gálica de fin de siecle, la lectura de Plasson equilibrada y afectuosa reveló la belleza de la partitura con una generosa contribución de los metales pero bien integrados dentro de la masa total de sonido, a pesar de uno o dos momentos flojos. El segundo movimiento se desarrolló con emotividad acumulada hasta el climax substancioso. El final animado abre con un moto perpetuo de gran efecto dramático, el cuidado de las sonoridades sin embargo dejan ver algunos destellos elíseos que se cuelan hasta en los momentos más dramáticos de la obra y que son típicos de la languidez intoxicante de la música francesa de este periodo. En este final Plasson no temió presionar a la orquesta al paroxismo. Este clima turbulento no desapareció hasta el segundo tema de carácter triunfal y que recuerda aquel del Allegro vivo del primer movimiento. La obra terminó sublimemente en un lento que llega a un clímax y se pierde poco a poco en el silencio. La orquestación suntuosa de Chausson fue trabajada con una claridad pasmosa por Plasson sin perder el control de la pasión de la obra. El aplauso fue caluroso, el veterano maestro entraba una y otra vez, al principio dando algunos pasos apresurados y mostrando que a sus 74 años es un hombre jovial. El regalo fue un homenaje al compositor catalán Eduard Toldra, una pequeña elegía para cuerdas que mostró el sonido expresivo y refinado que puede alcanzar esta agrupación. El sonido mate natural belle epoque de L’auditori le quedó al dedillo a este concierto.