Aplausos entusiastas, abucheos entusiastas, ese fue el saldo de la más reciente puesta en escena de Tannhauser de Wagner en el Liceu de Barcelona. Desde 1992 (¡Con Rene Kollo!) no se escuchaba esta obra.
Ayer, 19 de marzo de 2008, con el estreno de Tannhauser de Wagner en el Liceu, llegué a las siguientes conclusiones:
1) Toda casa de ópera que se considere de primer nivel debe tener en su repertorio a Tannhauser, al menos como prueba de fuego.
2) Es tiempo de que Wagner sea interpretado como un compositor de tradición y no como un iconoclasta (ya abundaré en este punto)
3) ¡Qué papel tan complejo es Tannhauser! Es un Otello sin el instinto asesino.
4) En la suma de sus partes Tannhauser bien podría ser la obra más bella de Wagner. (Lohengrin, Maestros Cantores o Parsifal, compiten también)
5) ¡Qué difícil es montar Tannhauser! (lo que nos lleva al punto #1)
El balance final de la puesta en escena fue desigual. Si bien, el trabajo de ensamble no fue menos que entregado, algunas flaquezas en el campo vocal, orquesta, dirección y producción fueron lo suficientemente notables como para sonar las campanas en exultación.
Vayamos a la producción; Robert Carsen demostró que es posible concebir un Tannhauser minimalista efectivo. La trama es traída al siglo XXI y sigue explorando la pregunta fundamental de la ópera: El quehacer del artista y su lucha interna. Carsen ha decidido convertir a Tannhauser y sus compañeros caballeros en un grupo de pintores, el Landgrave es el director general de una glamorosa galería de arte, Venus es una modelo y Elisabeth una distinguida mujer de sociedad. La propuesta funciona de alguna u otra forma pero –un gran pero- la música de Wagner apunta hacia otros contextos (aquí es donde falla la concepción de Carsen), reflexiona en lo siguiente; ¿La escena pastoral de los peregrinos, con todo y solo rústico de oboe, evoca el siglo XXI? ¿La famosa marcha de los huéspedes nos remonta a la entrada del jet set a una galería del Siglo XXI? ¿Acaso la música de Wagner se escucha en harmonía con un vestido largo Prada o un traje Armani? A todo esto yo respondo con un no. Carsen, en su concepción, ha olvidado un detalle fundamental de la obra; escucharla a detalle. En el caso de Tannhauser la música es demasiado pictórica para apartarla de ciertos contextos. Se puede actualizar pero no en un entorno tan obvio como una galería de arte. Aunado a esto, hay algo abiertamente religioso en Tannhauser que se le ha escapado a Carsen.
El famoso concurso de cantores en el Wartburg se convierte, en la propuesta de Carsen, en un concurso de pintura, dicha escena fue manejada con gran efectividad y fluidez. Aspectos sobresalientes de la puesta en escena de Carsen son el uso de la sala del Liceu como una extensión de la escenografía. De esta forma, la entrada de los artistas-pintores se daba a través de la primera fila de asientos del teatro y continuaba alrededor del foso. Petra Maria Schnitzer cantó su “Dich teure Halle” frente a la orquesta ante el deleite (y sorpresa) del público cercano.
Con lo anterior queda claro que no tengo una aversión por propuestas vanguardistas, simplemente creo que en ocasiones se pierden otros matices o dimensiones (como es el caso de esta producción) ante ciertas fijaciones de los directores de escena actuales.
Los aspectos más novedosos de la producción junto con la escenificación de la obertura, incluyendo a una bellísima Beatrice Uria-Monzon desnuda (modelando a Tannhauser, pintor) y a una escena de bacanal donde diversos alter-egos de Tannhauser se desvestían hasta quedar en trusas, estimulándose en el suelo, con pintura roja de diversos lienzos que les sostenían otros alter egos vestidos, resultaron en uno de los abucheos más apabullantes que he escuchado cuando Carsen salió a recibir sus aplausos. Me pareció injustificada tal demostración pero ¡Vaya que es vistoso! Así es la ópera finalmente.
La Orquesta del Gran Teatro del Liceu interpretó un Wagner clínico, carente de pasión, bajo la batuta de Sebastian Weigle. Precisamente en esto estriba mi comentario del punto 2, Weigle parece empeñado, a la usanza de un Boulez, en demostrar cuan contemporáneo es Wagner a costa de la potencia expresiva inherente de esta música. Las cuerdas se escucharon deslustradas, los metales contenidos a pesar del pulso firme de Weigle. Al público pareció gustarle este Wagner insípido a juzgar por los aplausos que recibió el director pero las carencias de la orquesta salieron a relucir durante la noche incluyendo las lamentables entradas en falso de las trompetas en la marcha. A medida que avanzaba la función, la orquesta parecía mejorar, incluyendo un memorable final del segundo acto.
El coro del Liceu fue otro de los elementos irregulares de la función. A momentos mostró una vocalización defectuosa y un trabajo de ensamble descuidado como en el coro inicial de los peregrinos (donde las diversas partes vocales desafinaban y parecían cantar en semitonos). El resto fue decoroso, sin más.
Peter Seiffert, como Tannhauser, cargó con el peso de la obra. El “heldentenor” alemán cantó un Tannhauser, entregado e impecable musicalmente hablando y a momentos mostró ese bello timbre que lo convirtió en el más importante tenor wagneriano de su generación al lado de Ben Heppner y Gosta Winbergh. Desafortunadamente la voz de Seiffert, la cual he admirado por varios años, ahora muestra un vibrato un poco más laxo de lo deseable que a veces empaña algunas notas sostenidas del registro medio y alto. A pesar de ello no hay en la actualidad (salvo Hepner o Johan Botha) otro tenor que tenga las tablas y la voz para hacerle honor a tan difícil papel. Recibió una estruendosa ovación. Me pareció merecida. Fue sobresaliente su tercer acto en donde a momentos se podía escuchar la firmeza de emisión y ese precioso timbre. Un Tannhauser en la tradición de un Windgassen sin duda.
Petra Maria Schnitzer fue una Elisabeth lírico-spinto de conmovedora presencia escénica (hasta que al final se quita la ropa y se convierte en una modelo más, perdiendo su elegancia anterior). Su emisión fue firme y redonda mostrando un instrumento expresivo en sus tres registros. La voz me parece un poco genérica pero es usada con inteligencia y eso se agradece.
Beatrice Uria-Monzon cubrió físicamente al dedillo el papel de Venus, lástima que ahora los directores de escena-todo poderosos-influyan tanto en la decisión del reparto. Uria-Monzon es una mujer bellísima y su desnudo, cuidado y sensual, podría ser, en el futuro, considerado un clásico en la interpretación de este papel. Su voz de mezzo lírico-spinto, oscura pero carente del metal necesario no fue suficiente en su expresión, dicción y fraseo. Sus agudos son romos y la voz de mediano tamaño. Con mayor experiencia sacará mejor partido de dicho papel.
Bo Skovhus estuvo inmenso como Wolfram. ¡Qué presencia y qué canto! Una lección de verdad con esa voz meliflua de gran belleza, excelente emisión y medianas proporciones. Poseedor de una verdadera messavoce y de nobles matices. Su personalidad, más sobria, contrastó adecuadamente con la de Seiffert.
Una grata sorpresa fue el Landgrave de Gunther Groissbock, este es un bajo que hay que recordar y tener en cuenta para el futuro. Bajo cantante de voz pastosa y vibrato rápido. Su registro es sobresaliente y sonoro (haciendo justicia a la dificultad de este rol). Podría ser más cuidadoso con el fraseo pero incluso esto no debe causar mayor aflicción.
El resto del reparto cumplió en gran medida gracias a las prestaciones de Johann Tilli como Reinmar, Francisco Vas como Heinrich der Schreiber y sobretodo Lauri Vasar como Biterlof. El valenciano Vicente Ombuena mostró temperamento como Walther y cantó su solo con cierta belleza, lástima que su pronunciación mediterránea del alemán demeritó su presentación.
Tannhauser regresó vacilantemente al Liceu. Queda, a pesar de todo, la satisfacción de haber montado una ópera histórica de gran complejidad vocal en una época donde no precisamente contamos con voces fulgurantes.