Tras la muerte de Pavarotti el mundo ha respondido de forma unánime en cuanto a las muestras de afecto a la memoria del célebre tenor de Modena. Pavarotti fue más que un tenor, fue una figura más grande que la realidad. Su prodigiosa voz y carisma dentro y fuera de escena y su entrega, por lo menos cuando todavía se encontraba físicamente en buen estado, lo harán difícil de olvidar.
Pavarotti fue uno de los parteaguas de su generación en cuanto al estilo de canto operístico. Se podía considerar su voz como modelo de modernidad en el sentido de una técnica bien fundada y empleada, en sus mejores momentos, con musicalidad. La perfección técnica es una aspecto sobresaliente del arte operístico actual, tan escaso de personalidad. Aún así Pavarotti poseía algunas cualidades que únicamente podía compartir con generaciones anteriores de cantantes operísticos; una voz individual y un registro agudo prodigioso. Su presencia generalizada sobre los escenarios hacían recordar una época pasada en donde lo más importante sobre la escena era la voz.
La muerte de Pavarotti representa el final de una época del canto lírico; una época operística espectacular que caracterizó las décadas de los 60s, 70s y mediados de los 80s. Con su muerte, Pavarotti también ha puesto punto final a los productos populares como la marca de los tres tenores, esta última en complicidad con Placido Domingo y José Carreras. Siendo exigentes, las empresas Pavarottianas de los últimos 10 años casi eclipsaron una carrera gloriosa de principios de los 60’s hasta principios de los 90’s. Algunos de estos conciertos megalómanos que nos presentaban a un Pavarotti en decadencia recreaban una triste caricatura de lo que otrora fuera un portentoso instrumento. Aún así la entrega de Pavarotti, su generosidad artística, la generosidad de su causa, hacían que por un momento lo perdonáramos y creyéramos con entusiasmo en sus empresas.
Tuve el privilegio de escuchar a Pavarotti el 9 de Noviembre de 2002 en su segundo y último concierto en Monterrey. En aquella ocasión lo acompañaron la soprano Annalisa Raspagliosi y su inseparable acompañante Leone Magiera. La noche fue extraña. Por un lado la selección del programa fue exquisita e incluyó canciones de Bellini y Tosti así como arias de La Bohemia de Puccini. Por otro lado el entorno (Parque Fundidora en Monterrey) parecía emular la escala de los conciertos populares al aire libre. El resultado fue una noche íntima dentro de un entorno que no estaba acorde al programa. A pesar de eso, Pavarotti me emocionó; su voz era una represa seca de lo que fue un manantial inexhaustible, pero la personalidad estaba ahí, el timbre esencial estaba ahí, la sensibilidad estaba ahí. Probablemente yo sufría con el ; parecía que la voz se resquebrajaría en cualquier momento pero heroicamente sobrevivió. Ese fue mi encuentro en vivo con el arte de Pavarotti, con su sonrisa de oreja a oreja, con su pañuelo cual paloma en blanco importunada por el viento.
Su legado operístico – el legado más importante de su vida – queda salvaguardado por sus diversas grabaciones operísticas. En esta semana regresaré a estas para compartirles mis elecciones.