Una noche de insomnio ha desembocado en esta publicación. En contraste con lo que puedas pensar, apreciado(a) lector(a) este insomnio no ha tenido nada que ver con haber estado leyendo a Chesterton hasta tarde. Más bien ha sido la combinación de una cena pesada y un calor que no me dejó dormir con tranquilidad. En esta temporada Monterrey no es tan caluroso como en verano pero tiene un inconveniente: Es demasiado fresco como para encender el aire acondicionado pero es demasiado caliente para dormir sin él. Habiendo propuesto esta paradoja queda como anillo al dedo ocuparme un poco sobre mi más reciente incursión al universo Chestertoniano.

“La Esfera y la Cruz”(The Ball and the Cross) es uno de esos libros perfectos del nativo de Kensington, una obra que se acaricia, se disfruta, se suministra con cuidado para no devorarlo de una sentada. En este respecto bien podría ser la contraparte metafísica de “El hombre que fue jueves”. “La Esfera y la Cruz” reboza de persecuciones pero no se trata de perseguir delincuentes sino personas que quieren expresar su fe o su negación.

“La Esfera y la Cruz” es un libro de creyentes y ateos, de acomodaticios e indiferentes, de sabiduría y crueldad burda. El encuentro con la espiritualidad católica cristiana es el axis del libro. Encontramos a un personaje apasionado, un poco burdo y simple como el estereotipo escocés pero pleno en profundidades. Ese es Evan que se quiere batir a duelo con su compatriota Turnbull, ateo convencido. A lo largo del libro ambos tienen que escapar para poder librar el duelo ya que poco a poco son perseguidos con mayor obstinación. Y es este escape lo que hará que ambos entablen una amistad, encuentren el amor en mujeres que toman parte de la aventura y finalmente se enfrenten directamente con el maligno en piel de psiquiatra.

El camino de persecuciones está lleno de reflexiones y alusiones a otros coetáneos de Chesteron como Wilde, Tolstoy, Shaw, Zola o Ingersoll. A través de los diálogos entre Evan y Turnbull nos adentramos en el discurso aparentemente irreconciliable de la fe y el ateísmo. Sin embargo así como un agnóstico es un creyente que está de vacaciones el agnóstico no es más que un creyente dormido esperando despertar y en este sentido Turnbull no es la excepción. Tras el “gotterdamerung” con el que concluye el libro, los falsos profetas se alejan en su globo volante pleno de artificios y Turnbull postrándose ante la manifestación del creador (siempre ahí, nunca comprendido, todo humildad, todo poderoso) finalmente cae en la cuenta que un camino limpio y justo – como él lo ha demostrado a lo largo de la historia – solo puede llevar a religarse con el Padre.

Es “La Esfera y la Cruz” una rica metáfora de la fe en un mundo ecléctico que bien puede ser el de nuestra realidad actual. Duelos y persecuciones que no tienen fin, viajes que llevan a nuestros protagonistas de regreso al origen, personajes bizarros dignos de Bunyan o Swift y manicomios donde los cuerdos son encerrados. Los mundos aterradores de Chesterton siempre están atemperados por una luminosidad que destila lo que podría ser una pesadez carbónica para convertirla en un azul bruñido pleno y conmovedor; Chesterton se burla con elegancia de un mundo absurdo, absurdo porque ha perdido el axis mundi que nos liga con el infinito. Habrán pasado 100 años desde su experiencia pero poco hemos cambiado. Quizá “La esfera y la cruz” no podrá convertir a todo lector como si sucedió con Turnbull. Pero vaya que provocará reflexión.