Si la música puede ser considerada como una expresión artística de gran profundidad, provocadora de reflexión y de respuestas emotivas o sublimes, el recital que presentó Jörg Demus en la apertura del décimo sexto Festival Sala Beethoven fue un ejemplo.
El venerable maestro nos regaló una de esas veladas de carácter histórico, fruto de un contacto riguroso e íntimo con su repertorio. Recitales de esta categoría cada vez se escuchan menos. Una lección de color, matices y musicalidad.
Comenzó la primera parte con la dramática fantasía en do menor K 475 de Mozart. La lectura de Demus fue introspectiva, de un carácter elegiaco que conmovió.
En la sonata quasi una fantasia en do sostenido menor op.27 de Beethoven, Demus se reveló como un artista vehemente. El adagio sostenuto inicial brilló por su amargura tersa con un pulso expansivo y un sonido de gran exquisitez. El allegretto central contrastó con su ligereza casi infantil. Demus concluyó con un presto agitato prístino en todas sus voces y poderoso en su concentración.
La fantasía en do mayor op.17 de Robert Schumann, con la que concluyó la primera parte, es una obra magistral a la que pocos pianistas pueden hacer justicia dado lo contrastante de su estructura. Demus logró el milagro. Su interpretación acercó más a la obra al terreno de la sonata. La marcha moderato con energia adquirió una nobleza emotiva en las manos de Demus y qué bien subrayó los elementos de ternura del lento final.
La segunda parte coronó apoteósicamente el recital. Después de la calidad de la primera parte se antojaba difícil superarla, pero Demus lo logró con esa experiencia de años.
La selección de los preludios de Debussy mostró a Demus como un genio del color pianístico. Los “reflejos en el agua” corrieron como filigranas centelleantes. Pocas veces he podido escuchar una “catedral sumergida” de tal poder acumulativo, plena de riquezas sonoras. El clímax de la obra fue construido con un sonido pleno en donde los acordes acampanados se sucedían implacablemente dentro de una coherencia impresionante.
El recital terminó con una de las páginas más excepcionales de la literatura pianística de la segunda mitad del siglo XIX. El preludio, coral y fuga de César Franck. La lectura de Demus poseyó un pulso fluido que contrastó con otras versiones pesadas. Demus entendió la obra como un homenaje a Bach; texturas cristalinas, sentido impecable de proporción. Hiló cada una de las tres partes de tal forma que se reveló una obra severa pero majestuosa. Las contraposiciones de la mano izquierda se realizaron con finura, las distintas voces de la obra estuvieron en su lugar y la fuga final culminó grandiosamente con una lectura tersa y sonora, ágil de pulso y poco enfática. Después de esto cualquier encore sería como un anticlimax.