Con una voz y técnica excepcional Sutherland se une a una importante lista de grandes artistas de la ópera que desaparecieron este año y que en gran medida nos hacen dejar atrás una etapa excepcional de la historia operística.
Poseedora de una figura espigada, nariz larga y fina, ojos menguantes bellos y expresivos, mandíbula prominente – “Joan the jaw” (Joan la quijada) le decía un sector de los regulares del MET – Sutherland era inconfundible en la escena.
Nacida un 7 de noviembre de 1926 en Sydney Australia, Sutherland fue probablemente una de las artistas que más contribuyó a la revaloración del bel canto y el repertorio romántico francés. En 1952 debutó en el Covent Garden cantando la primera dama en “Die Zauberflote” de Mozart. Pronto cantó sus primeros protagónicos entre los que se encontraban Amelia del “Ballo in maschera”, Condesa en “Le Nozze di Figaro”, Agathe en “Der Freischütz”, Micaëla, Desdemona y las sopranos principales en “Les Contes d’ Hoffman”. Sin embargo es hasta 1959 que interpretando Lucia en “Lucia di Lammermoor” de Donizetti Sutherland se consagra como la soprano belcantista más importante de su tiempo.
Si al principio de su carrera sus medios vocales amplios, técnica excepcional para cantar con coloratura (de ahí su categorización usual de soprano de coloratura) y un registro extenso la apuntaban para diversos repertorios incluso dramáticos es gracias a su trabajo con su esposo, el director de orquesta Richard Bonynge, que opta por una carrera basada principalmente en el bel canto. Poco a poco fue incorporando papeles del repertorio francés así como algunos roles verdianos líricos.
Sutherland, con su inteligencia y musicalidad siempre estuvo dispuesta a explorar repertorio sin comprometer sus medios vocales. En estudio abordó algunos roles verdianos y veristas que dejó de lado en su carrera. Es célebre su registro de la princesa Turandot en la ópera de Puccini. Su voz ciertamente estaba más cargado hacia lo lírico-spinto con facilidad para la coloratura a diferencia de otras sopranos que abordaron también su repertorio pero cuyas voces se inscribían dentro de una categoría de lírico-ligero.
Entre los grandes colegas con los que Sutherland trabajó en los principales teatros del mundo y en disco debemos recordar a Luciano Pavarotti, Marilyn Horne, Montserrat Caballe, Sherrill Milnes, Tito Gobbi, Giuseppe Taddei, Cesare Siepi, Cornell MacNeil, Jaume Aragall, Samuel Ramey, Piero Cappuccilli, Nicolai Ghiaurov, Gabriel Bacquier, entre otros.
Se dice mucho que Sutherland fue la sucesora de Callas, yo no lo veo así. Me atrevo a decir que si bien el trabajo de Callas fue fundamental para el rescate de varias obras belcantistas fue Sutherland quien con su mayor visión musicológica (de la mano de Bonynge) no sólo contribuyó a considerar varias de estas óperas como imprescindibles del repertorio sino también a respetar su integridad musical optando por versiones completas y no partituras tijeretadas que en los tiempos de Callas afectaban principalmente a la música de los otros principales (¡Curiosamente!).
Sutherland cantó en los principales teatros del mundo; indiscutible del MET, Covent Garden, La Scala, Paris y demás casas de ópera de primer nivel. Curiosamente nunca cantó en México. Finalmente se retiró en 1990 tras una década que vio un cierto declive en su voz al ensancharse el vibrato y perderse el registro bajo. Pero hasta el final pudo mantener un timbre bello de una extensión aguda privilegiada.
También cantó recital y repertorio coral. En lo primero su dicción usualmente poco cuidadosa no la hacían una artista ideal, sin embargo su intuición y la belleza de su timbre compensaban en algo esa falta de cuidado dramático con las palabras. En el repertorio vocal y coral tuvo también importantes triunfos cantando la música de Handel.
Se han escrito diversas apreciaciones sobre la dicción de Sutherland, que si sufrió una operación en la zona nasofaríngea, que si perdió los dientes en un accidente. Richard Bonynge en varias entrevistas comentó sobre un interés y preocupación por el legato y la calidad sonora en detrimento de la sonoridad de las consonantes. Esto ha contribuido a ver a Sutherland como una artista deficiente en la dramaturgia. Si bien en este sentido no se le puede equiparar a las grandes sopranos histriónicas del siglo XX la realidad es que en varias ocasiones construyó personajes conmovedores sobretodo aquellos roles femeninos que poseían una cierta vulnerabilidad.
En la década de los 1970’s Sutherland trabajó con mayor cuidado su dicción. Sus interpretaciones más completas como artista dramática y vocalista excepcional se dieron en los primeros 5 años de esa década. Una artista en su plenitud vocal e interpretativa. Su Turandot (1970s) grabada, únicamente está, en mi opinión, por debajo de Birgitt Nilsson en su amplitud sonora y compromiso dramático. Toda una princesa de hielo. También podía tener un sentido agradable de comedia como lo atestiguan su Adina o Fille du Regiment en vivo y en disco. Quizá uno de sus principales logros artísticos fue el obtener la reconsideración del público y la crítica de grandes óperas francesas que habían quedado sepultadas en la historia por falta de cantantes adecuados; de esta forma Esclarmonde y Le Roi de Lahore de Massenet o el Hamlet de Thomas regresaron a los escenarios de forma contundente.
No queriendo abrir la puerta de las odiosas comparaciones creo que si bien Callas fue principalmente el referente en los roles de heroínas dramáticas, aristocráticas autoritarias o despechadas como Ifigenia, Medea, Julia, Violeta o Norma; Sutherland ha sido la principal Elvira, Amina y Lucia del siglo XX. De esta última habrá quien prefiera la intensidad contenida de la Callas, pero Sutherland dotó al personaje de una vulnerabilidad y una perfección técnica y sonora que no fue alcanzada por la griega. Ambas grabaciones (principios de 1960’s y 1970’s) son un testimonio casi ideal de cómo interpretar este querido papel. Quizá el último gran registro de Sutherland haya sido su Lucrezia Borgia de fines de los 70’s. Un registro que constituye una sumatoria de esa carrera basada en una musicalidad perfecta aliada a una postura dramática descubierta, no sin cierto trabajo.