Considerando más que pertinente romper este silencio de más de un año en mi “Gruta de Trofonio” , autoimpuesto por mis labores oficiales, siento el impulso de compartirte algunos apuntes que me han provocado mi reciente visita al Festival Cervantino. Quienes gozamos escribiendo no podemos estar mucho tiempo fuera de acción.
A pesar de que mis intenciones son completamente subjetivas pero sin alguna agenda oculta, sugeriría que te tomaras con una saludable dosis de sal estos apuntes, dado mi condición de servidor público, que de cualquier forma no tendría que entrometerse en mis opiniones.
FELIX MENDELSSOHN: LAS BODAS DE CAMACHO
El Estudio de la Ópera de Bellas Artes, la Orquesta Sinfónica de la Universidad de Guanajuato, el Coro de Madrigalistas de Bellas Artes, bajo la batuta de Roberto Beltrán Zavala nos presentaron en el Teatro Juárez de Guanajuato en versión de concierto “Las Bodas de Camacho” ópera de Felix Mendelssohn. La elección de este título obedece a la conmemoración del 400 aniversario de la muerte de Cervantes.
A pesar de que esta ópera (de un adolescente Mendelssohn de 16 años) data de los tiempos del octeto y del “Sueño de una noche de verano”, la música no termina de revelar la genialidad de las anteriores obras. Parece que Mendelssohn se va con cuidado y buscar conciliar el espíritu Mozartiano con el romanticismo weberiano sin tener mucho éxito. De pronto, como en la obertura, hay destellos de genialidad y algunas ideas melódicas parecen apuntar hacia la “Escocesa” o “Italiana” pero todo queda en un estado embriónico (más cercano a los embriones de Satie).
Me agradaron las sonoridades de la orquesta al menos en el equilibrio de los planos sonoros, la ligereza del fraseo y la limpieza de los cornos en la obertura. Sin embargo, Beltrán Zavala no posee la sensibilidad para acompañar ópera. En ocasiones, aún y siendo una obra clásica, la orquesta prevaleció sobre el sonido vocal. El final del primer acto al menos generó la suficiente emotividad para cerrar lo que fue una decente, más no excepcional, propuesta.
Hay que reconocer la solvencia de Guadalupe Jiménez como Quitieria, la sufrida jóven romántica enamorada de Basilio. Su emisión estuvo bien cuidada y nos regaló algún momento de sensibilidad. Gerardo Reynoso, como el odioso Camacho, desplegó un canto de buen ímpetu aunque “masacró” (palabra muy utilizada en sus intervenciones) el alemán. Orlando Pineda y Vladimir Rueda cumplieron adecuadamente, desplegando el primero algún momento de canto refinado. Jehú Sánchez como Don Quijote, careció de la gravedad vocal requerida y nos proporcionó un canto de buenas intenciones pero de algún sonido hueco en el registro medio.
El canto más relevante lo escuchamos en las tres voces del Estudio de Ópera de Bellas Artes: Enrique Guzmán nos regaló algunas espléndidas frases en su registro medio y consistencia en los agudos pero todavía tiene algunos momentos de inconsistencia en la afinación. Rodrigo Urrutia fue el único de todos los cantantes que dibujó un personaje en escena. Su Sancho mostró una consistencia vocal muy agradable y parecía ser el único que entendió que un formato de concierto sigue siendo un planteamiento escénico.
Dejo al final a Isabel Stüber Malagamba, de quien me declaro admirador. Si en algún momento se escuchó canto de altos vuelos fue aquí. Como Lucinda no solo desplegó un alemán excepcional (lógicamente) sino además un canto sin lunares, limpio, musical, aprovechando un timbre muy agradable.
El coro de Madrigalistas cumplió profesionalmente su cometido, sin dar más.
“Camacho” merece alguna ejecución de vez en vez pero no me ha convencido como obra de la forma que a otros comentaristas o músicos ha convencido. Con respecto a nuestra función, metafóricamente, la nave hizo agua pero salió avante de la tormenta.