Recuerdo que cuando era adolescente en una visita a Houston compré mi primer Faust completo en CD. Era la época en la que todavía se podían adquirir óperas hasta en las cadenas de tiendas de autoservicio. Se trata (lo tengo en mi colección, ¡Después de todo soy joven todavía!) de la célebre grabación en EMI con Nicolai Gedda, Victoria de los Ángeles, Boris Christoff y Ernest Blanc, dirigida por Andre Cluytens. Si bien no es el momento aún de hablar sobre las grabaciones referenciales de esta obra, el Preludio en la batuta de Cluytens me cimbró grandemente por su severidad majestuosa y por la atmósfera ligeramente lúgubre de su tema inicial. Si esta música podía tener tal efecto para unos oídos del siglo XX imagínate lo que debió de ser para los oyentes decimonónicos.

Desafortunadamente, en la actualidad se habla de cómo Faust, a pesar de mantenerse en el repertorio operístico normal, ha perdido la gran popularidad y empuje en los últimos 20 años. Por lo menos eso es lo que un gran segmento de la crítica inglesa musical ha estado comentando de un tiempo acá. Incluso la disfrutable biografía de James Harding sobre Gounod es una obra demasiado estricta a momentos.

Lo anterior me llevó a dar un vistazo a la base de datos de presentaciones operísticas en el mundo en www.operabase.com . Encontré que en el periodo que va de enero de 2008 a diciembre de 2011 habrá en el mundo 202 funciones de Faust de 39 producciones distintas en 39 ciudades, 14 de estas producciones son nuevas. ¿Esto habla verdaderamente de un declive de popularidad? Estos totales equivalen a casi 2/3de un año con una función diaria de Faust, “pas mal” dirían los franceses. Walkure de Wagner, por ejemplo, está por debajo de estos números. Otello de Verdi no alcanza estos números, Peter Grimes de Britten (a quien los ingleses consideran una obra fundamental del repertorio) está muy lejos de las cifras de Faust. Creo que esto desmitifica cualquier intención de minimizar el éxito que sigue teniendo Faust con el público operístico y los propios artistas.

La postura de mi artículo es una llamada de atención a la cordura con respecto a la denigración de un monumento de la historia de la ópera. Es cierto que a últimas fechas he leído comentarios bochornosos sobre la valía de su música, sobre su “música pía”, sobre su escasa profundidad. Obras como la Misa Solemne en honor de Santa Cecilia, las dos sinfonías, Mireille e incluso en ocasiones Romeo et Juliette tienen que recibir críticas en donde el escritor tiene que justificar su abochornamiento por gustar de la música de Gounod. Parece como si los críticos ingleses (no los oyentes) tuvieran que compensar todavía los años de clamoroso éxito que viviera Gounod en los tiempos victorianos. Me parece justo decir que hasta la llegada de Elgar, en Inglaterra no había surgido en todo el siglo XIX un compositor a la altura de Charles Gounod.

Los propios franceses también tuvieron que moderar, en el serialista siglo XX, su entusiasmo por la obra de Gounod; En la Célebre Enciclopedia de la Música editada por el Conservatorio de Paris se reconocía la importancia de Faust como obra fundamental en cuanto a la implantación de un estilo francés sensible, de armonías sensuales y un cromatismo temperado pero perfumado. Alababan los hallazgos y atrevimiento del acto del jardín y la extensa primera escena del primer acto. Con excepción de la entrada de Margarita eran reticentes con los grandes coros y escenas espectaculares en donde percibían que Gounod se había rendido demasiado al estilo del “enemigo” Meyerbeer. La realidad es que Faust tuvo una gran influencia sobre la lírica francesa de la segunda mitad del siglo XIX y principios del siglo XX. No se podrían concebir trabajos posteriores de compositores como Offenbach, Thomas, Massenet, Bruneau, Faure, Rabaud y los propios Charpentier, Dukas y Debussy sin el lenguaje planteado por Gounod desde Faust.

En los tiempos del propio Gounod Faust se veía como una obra tan distinta a las otras compuestas por él que se especuló que no era suya. En realidad estos alegatos mostraban una falta de conocimiento de las obras líricas previas de Gounod; Desde su ópera prima “Sapho” hasta la ópera previa a Faust “Le Medecin malgre lui” se puede apreciar un estilo formado y seguro; rico en vena melódica, instinto elegante y lírico, encanto seductor y orquestación cuidada. Con la excepción de “Le Medecin” que es la obra maestra cómica de Gounod, es en Faust que logra su primer gran éxito con una partitura de inspiración bastante uniforme. A pesar de lo anterior no podemos negar que Faust posee ciertas disparidades de estilo debido a su larga génesis final. En una primera instancia tenía un formato de Opera Comique con diálogos. Diversos números musicales fueron cortados de la partitura final antes del estreno a instancias de Leon Carvahlo, director del Theatre Lyrique donde habría de tener su estreno. De esta forma fueron descartados un trio para Faust, Siebel y Wagner, un dueto para Valentin y Marguerite, unos couplets de Valentin al regresar de la guerra, música para la noche de Walpurgis y un aria final de Marguerite para el acto V (hoy perdida).

Faust vio la luz un 19 de marzo de 1859 en el Theatre Lyrique de Paris. Para el año siguiente Gounod ya había escrito recitativos musicalizados en lugar de los diálogos, los cuales se utilizan desde entonces. A finales del siglo XIX Faust había alcanzado las 3,000 representaciones parisinas (sin contar los éxitos en Italia, Alemania, Bélgica, Inglaterra, Estados Unidos y Rusia). Es necesario recordar que para la reposición de 1864 en “Her Majesty’s Theatre” de Londres Gounod compuso la célebre aria para Valentin “Avant de quitter ces lieux” a instancias del barítono Charles Santley.

La diferencia en estilo de algunas partes de esta obra no sólo se debe a su larga evolución sino a los artistas para los cuales fue realizada. Marie Miolan-Carvahlo, la primera Marguerite era una soprano ligera de coloratura de esas que han abundado también en el siglo XX. Al igual que una Mado Robin, Lily Pons o Luisa Tetrazzini. Su técnica era impecable pero su afecto a la pirotecnia hicieron que en una primera instancia la música de Marguerite fuera considerada como vehículo para este tipo de sopranos. Se pasó por alto toda su música expresiva y trágica. Mephistopheles es un demonio elegante, parisino, digno de lo mejor de la opera comique pero Faust al igual que Marguerite alcanzan una profundidad de expresión bien contrastada. Los recitativos le dan una nueva profundidad a la obra y no podemos dejar de pensar en la redondez de ciertas páginas que antes eran cortadas pero que hoy en día son parte integral de Faust; La escena de la iglesia en donde idealmente debe de escucharse la voz de Mephisto (en la imaginación de Marguerite) en off o el aria de la rueca de Marguerite que posee el desarrollo melancólico de las mejores canciones de Gounod.

Faust es todo un festín para los amantes del arte bello, de la música elegante y la sensualidad delicada. Incluso la Noche de Walpurgis (si se restituye el aria de Faust) también puede ser disfrutable con o sin ballet. El tiempo le ha dado la razón a Faust pues a pesar de elementos que algunos han querido ver como caducos permanece como una obra angular del repertorio francés e incuestionable del repertorio internacional. Obra maestra desigual pero obra maestra al fin y al cabo.

En mi siguiente entrada comenzaré a hablar de aquellos registros que quedan a deber así como de las tres grandes grabaciones de Faust