¿Aida? ¿Por qué Aida? Una vez más… Aida. Son las preguntas que me asaltan al asistir a una función de esta ópera, y no es que la haya visto muchas veces, quizá es una obra que he evitado como la peste… bueno quizá lo anterior se acopla mejor a la Traviata. El hecho es que estaba mentalizado para proclamar a Aida la ópera más desgastada del repertorio verdiano (olvidándome de la Traviata) había estructurado en mi pensamiento una introducción para hablar de cómo algunas óperas del repertorio quizá necesitarían una dosis del sueño de los justos; enlatarse unos años para retornar después o para no retornar. ¿Cuál es mi problema con Aida? Se preguntaran algunos de los lectores. Me parece bastante caduca en su historia, vamos, ni siquiera está basada levemente en algún hecho histórico. Su puesta en escena está íntimamente ligada a producciones que tienen todo en espectáculo vulgar pero nada en esencia artística operística. Aida tampoco puede salir de su contexto egipcio sin caer en el ridículo. Finalmente siempre he creído que si Aida es omnipresente del repertorio y podemos aguantar 4 horas (incluyendo intermedios) dentro de la casa de ópera, no hay razón para que otras óperas de género similar como “Los Hugonotes”, “Roberto el diablo”, “La Muda de Portici”, “Benvenuto Cellini” y “La Judía”, entre otras, se mantengan en el repertorio. Cada una de las anteriores son obras excepcionales en si mismas y pecan de dilatadas al igual que Aida (y he dejado a Wagner fuera de la ecuación).

Pero algo sucede cuando finalmente uno se aproxima a Aida. La obra mantiene su magnetismo, su espectacularidad (oh, si le permitiéramos una oportunidad a Meyerbeer), pero sobretodo su pasión que estruja al corazón. No importa si el tenor es chaparro, casi un palo de escoba en el escenario (la antítesis de heroico) y regordete, no importa si la mezzosoprano tiene varios kilos de más, no importa que Aida sea menos sensual que otras compañeras esclavas y no importa que el faraón parezca el esposo de Amneris y no su padre. La ópera es por esencia absurda; pero el conjuro de la música, el canto y lo visual crean un arte naturalmente artificial que revuelve el espíritu incluso de los más reacios e infieles. Si, como en el caso de Aida, tenemos una partitura emocionante y apasionada con sus dosis de vulgaridad y ensoñación entonces estamos ante una ópera eterna. El Liceu a reventar el 12 de Enero de 2008 muestra que la obra no ha perdido ni un ápice con el público. La obra me capturó y tendré que dejar para otra ocasión (quizá para la Traviata) mis arrebatos amargos.

La producción de José Antonio Gutierrez está basada en los bocetos que creó el legendario Joseph Mestres Cabanes y que datan de 1937(restaurados por Jordi Castells). Las realizaciones muestran un Egipto romantizado y poético pero fiel al detalle. (Esto lo aparta del kitch). El resultado es una producción de riqueza pictórica y de cuadros funcionales, probablemente de un coste más bajo que los mastodontes usuales. La dirección de José Antonio Gutierrez me pareció terriblemente predecible, incluyendo los momentos operísticos más embarazosos; un Radames inmóvil y poco inspirador, y un reparto generalmente acartonado. (Incluyendo una especie de ninja ridículo). Me daría vergüenza firmar tal cosa.

Sin embargo, Aida puede sobrevivir con una prestación vocal sólida y eso es lo que se escuchó esta noche.

La Aida de la soprano italiana Norma Fantini pasó de lo discreto a lo servicial para culminar en un genuino y conmovedor dueto final. Su voz es la de una lírico empujada con una emisión buena pero su registro medio carece de un color distintivo y sus agudos pueden ser poco finos. Tiene una capacidad natural de conmover pero los dos primeros actos careció de una idea definida del personaje.

El tenor italiano Marco Berti hizo un Radames estentóreo. Su voz tiene el peso spinto requerido pero no la sutileza y en este aspecto quedó a deber. Su Radames fue unidimensional y prácticamente implausible. Era como ver a Dom de Luise a cargo de un ejército pero sin la sobriedad. Sus agudos estuvieron calados (como en “Celeste Aida”) o precisos (como en la escena de su detención). Un tenor Jekyll and Mister Hyde.

Dolora Zajick fue una de las triunfadoras de la noche. Mezzo verdiana de cepa. Inmensa. Su voz es un torrente de fuerza, vibrante, expresiva. Sus agudos son afiladas cuchillas que hacen estremecer. Mostró que se puede ser dramáticamente plausible aún y con un físico substancioso. Zajick es una avis rara en una época en donde fuelle y verdadera emoción raramente se encuentran.

Joan Pons, muy querido en Barcelona, fue un Amonasro que desplegó ese bello timbre medio aterciopelado y de buen tamaño. Su registro alto traiciona un vibrato ligeramente intrusivo pero la belleza del timbre permanece. Todo profesional y convincente como el rey Etiope. Sólido pero no temible.

El bajo italiano Carlo Colmbara realizó un Ramfis excelso e imponente. Su voz es oscura y de extraordinario fuelle, es uno de los mejores bajos de la actualidad y quizá el secreto operístico mejor guardado de Italia. Ahora reside en Barcelona y se le quiere con justicia.

Giorgio Giuseppini, barítono, hizo un faraón presentable y firme en lo vocal y de una presencia ligeramente juvenil, parecía el hermano menor de Amneris pero al menos se comportó con dignidad.

Joseph Fadó y Begoña Alberdi cumplieron decentemente en los comprimarios menores, sobretodo la segunda.

El coro del Gran Teatro del Liceo me pareció en mejor estado que en la reciente Cenerentola. Mostró un buen sonido masivo y una homogeneidad que extrañé anteriormente. La escena triunfal pareció una kermés triunfal y eso está bien.

La dirección musical de Daniele Callegari poseyó las dosis necesarias de vulgaridad que requiere Verdi pero a la vez nos regaló una lectura que no careció de momentos poéticos en la escena del Nilo. La orquesta, sin embargo, se escuchó a veces deslustrada aunque en esta ocasión hay que destacar el trabajo de los metales.

Me satisface haber presenciado una Aida que en su mayoría contó con un reparto italiano y con dos artistas que están en lo más alto de su arte: Dolora Zajick, veterana consagrada y Carlo Colombara, bajo para el futuro.

Habrá que retornar a Aida… me confieso derrotado…