Por cuestiones de estudio y de trabajo no había tenido tiempo de compartir mis crónicas de algunos conciertos en Barcelona, helas aquí.
Death in Venice de Britten en el Liceu de Barcelona, 13 de mayo
Asistí a la función del 13 de mayo en el Liceu. La primera sorpresa fue la cancelación total del tenor Thomas Moser como Aschenbach, esto me decepcionó en gran medida pero no concibo una forma mejor de cantar el papel que como lo hizo el tenor Hans Shopflin, su reemplazo, ya abundaré en esto.
Primero vayamos a la obra. No creo que Muerte en Venecia pueda contarse entre las mejores óperas de Britten. Producto de sus últimas energías es una obra melancólica y lúgubre con algún dejo de ironía. Tampoco sirve que la obra sea el vertedero de las neurosis y secretos placeres del compositor, para ello no se requieren tres horas. Si en cuanto a orquestación Britten logra una partitura interesante, fascinante a momentos, en la estructura general la ópera es monótona y carece de la tensión suficiente para sostener 3 horas. Como un largo paseo en góndola en un día de neblina en Venecia.
Quizá mi apreciación suene injusta, vamos, es sólo mi apreciación, pero al lado de un Peter Grimes un Billy Budd o un Turn of the screw la Muerte en Venecia no termina de cuajar. A veces la música parece indicar que tras el gran canal surgirá alguna pagoda. Es claro el orientalismo de Britten (¡en su ópera más mediterránea!). El insistente motivo de los vendedores (con la explotación del xilófono) es ejemplo de esto.
La puesta en escena de Willy Decker con escenografía de Wolfgang Gussmann me pareció brillante, economía de medios pero no de ideas. Un momento como el paseo de Aschenbach en góndola con el siniestro gondolero reunió la poesía de la música y la escena. De igual forma los desnudos masculinos en escena, si bien inquietantes, fueron manejados con destreza y con especial cuidado dramático. La iluminación de Hans Toelstede contribuyó a recrear de forma minimalista pero evocadora el entorno de la Serenissima.
Hans Schopflin, más que sustituyó a Moser, parecía como si la propuesta hubiera sido concebida con el en mente. No creo que en la actualidad haya alguien que pueda cantar mejor este papel (a menos que Anthony Rolfe Johnson o algún otro gran tenor inglés veterano lo tenga en su repertorio). Su voz es como una versión bella de Peter Pears. Un tenor lírico de carácter pero con stamina. Su control vocal es tal que pudo dibujar a un Aschenbach depresivo y cansado. Su fijación por Tadzio parecía una exacerbación estética, no sexual, aunque la música y la escena se encargaron de revelarnos su inconsciente.
Scott Hendricks estuvo a la par de Schopflin. Sus encarnaciones del mal (o lo siniestro, diría yo) sorprendieron, chocaron y turbaron. Su voz de bajo-barítono resonó con decisión logrando una diferenciación de los personajes sin perder el hilo conductor.
El Tadzio del bailarín Uli Kirsch fue seductor e ingenuo. Uno de esos papeles donde la música logra caracterizar al personaje, una especie de Muette de Portici actual.
Carlos Mena, como la voz de Apollo estuvo fenomenal. Quizá recibió un poco de amplificación (pues el personaje lo exige) pero qué timbre de contratenor, que carácter. Mena es ese raro ejemplo de falsetista que mantiene un colorido masculino.
El resto del extenso reparto cumplió de forma sobresaliente. Destaco a Claudia Schneider y Joseph Ruiz con sus persistentes personajes que atormentan a Aschenbach.
También debo decir que todos los “signore” del texto me fueron causando hartazgo gradual, quizá era la idea.
La Orquesta del Liceu se escuchó plena y comprometida con una partitura en los linderos del repertorio. Sebastian Weigle dirigió con aplomo e infalible oído clínico. Una obra que le queda al dedillo en temperamento. Quizá no triunfó Britten pero si el drama musical.
Beethoven y Vaughan Williams con Piotr Anderszewski y James Judd en L’ Auditori, 17 de mayo
El pianista polaco Piotr Anderszewski triunfó con el primer concierto para piano y orquesta de Beethoven. El Op. 15 en do mayor es una obra que mantiene un corte clásico pero posee la fuerza expresiva del Beethoven maduro. Es una obra llena de un optimismo sin borrascas, fruto de la juventud del maestro de Bonn, su movimiento lento de gran poesía sigue conquistando los oídos y corazones de los melómanos. La batuta enérgica y expresiva de James Judd fue otro de los puntos altos de la noche.
El concierto inició con “Líneas de fuerza” del aragonés Carlos Satué. La obra de Satué es altamente experimental y ha ganado diversos premios. Es una pena que en el aspecto estético “Líneas de fuerza” no funcioné más que como laboratorio de contrastes tímbricos, efectos de la rica escritura para la percusión y una escritura excesiva de los metales que en ocasiones no permitía escuchar algunos de los otros instrumentos. En suma me pareció una obra, si bien interesante a momentos, anónima como cuanto se compone en la actualidad; se ve una desesperación de los compositores por encontrar un lenguaje pero hoy en día, gran parte de la música culta ha quedado en un campo experimental que hay que escuchar porque es lo de hoy pero en general no hay otras razones.
El concierto para piano #1 de Beethoven fue un triunfo del rapport entre Anderszewski y Judd. El pianista polaco posee un timbre y toque exquisito que no pierde en virilidad y que lo hace ideal para este repertorio. Con Aderszewski el virtuosismo del último movimiento, pleno en síncopas y fraseos irregulares, no fue un hecho vacío y fortuito sino una digna y espectacular culminación después de la magia destilada en el movimiento central. El acompañamiento de Judd poseyó carácter y ayudo a moldear la arquitectura de los tres movimientos con tiempos vivos, nunca sobrecargados. La ovación final fue más que justificada.
Judd como buen inglés nos regaló una versión antológica de la 5ª sinfonía en re mayor de Ralph Vaughan Williams, uno de los músicos más originales del siglo XX. La orquesta parecía tener la música en sus venas pero este fue el estreno en Barcelona de una de las obras esenciales del catálogo del compositor inglés. Por supuesto que en México se nos pasa de noche el 50 aniversario luctuoso de este maestro. Después de una inestable y tímida entrada de los cornos (en re mayor) en el primer tema, la orquesta se sobrepuso y ayudados por la acústica reverberante de L’ Auditori dieron una versión cálida y luminosa de esta obra que está inspirada en el “Progreso del Peregrino” de Bunyan y temáticamente relacionada con la ópera del mismo nombre. El segundo movimiento “scherzo” poseyó el humor sardónico, a momentos dócil a momentos agresivo en una atmósfera de terciopelo donde las dinámicas cuidadosamente controladas por Judd provocaron el efecto de misterio requerido. El tercer movimiento con su emotivo coral y el juego de las maderas (incluyendo el corno inglés) tuvo esa calma que contrastó con la passacaglia final donde cada variación cobró una personalidad propia hasta acumularse en un climax que interrumpe dicha passacaglia con la llamada de los cornos del primer movimiento. La belleza de la escritura de las cuerdas cerró apaciblemente esta obra que sigue sorprendiendo por la belleza y recursos poco ortodoxos aplicados al problema sinfónico.
Haydn, Barber y Berlioz por Leonard Slatkin y la OBC, 24 de mayo
La presentación de Leonard Slatkin con la Orquesta Sinfónica de Barcelona y Nacional de Catalunya sobresalió por un programa excelentemente trabajado y disfrutable de principio a fin sin excepciones. Slatkin posee una batuta de trazos claros y precisos con gestos elegantes y un quehacer musical de primera línea. La OBC le respondió con entusiasmo.
El concierto abrió con la Sinfonía # 67 en fa mayor de Haydn. Definitivamente el mejor Haydn que he escuchado en mi vida ha sido con la OBC, ya había elogiado la versión de una sinfonía de Haydn que realizó el finlandés Hannu Lintu, si en aquella ocasión dominó la majestuosidad y el poder clásico del discurso de Haydn, Slatkin nos mostró la calidez del compositor, el juego y los contrastes. El pulso vivo (esencial en Haydn) imperó en el quehacer de los cuatro movimientos. Hay que destacar el segundo movimiento; una marcha lenta entrecortada por fanfarrias que concluye en un sorpresivo efecto “col legno”. El tercer movimiento “minueto” permitió el lucimiento de los dos violinistas principales de la orquesta y la diversión de Slatkin que de pronto, al finalizar los solos, extendió sendos billetes a los músicos en gesto de apreció y complicidad. Estos los tomaron con sorpresa mientras el resto de la orquesta (por supuesto) seguía con la obra. La obra sin lugar a duda nos recuerda a “Cosi fan tutte” de Mozart, solo que esta vino mucho tiempo después.
Como gran promotor de la música estadounidense, Slatkin presentó una versión poderosa del Ensayo #2 Op.17 de Samuel Barber, obra que posee el estilo suntuoso no carente de lirismo típico de este maestro. No en balde Toscanini fue uno de los primeros directores que interpretó la música de Barber (algo poco usual en el). Slatkin dirigió una versión de referencia de esta obra poco conocida pero que podría estar circulando con más regularidad en el repertorio sinfónico. No carece de una acumulación de emociones y un climax grandioso que posee la melancolía que separa la obra de otras frivolidades más típicas del arte estadounidense.
El concierto terminó con una tremenda “Sinfonía Fantástica” de Hector Berlioz. La versión de Slatkin dejó de lado cualquier intención historicista y presentó la obra como lo que es; una gran sinfonía romántica para cualquier época. La reverberancia de L’ Auditori y el generoso portamento de las cuerdas realzaron una versión lujosa y substanciosa que no minimizó los efectos climáticos, lo cual es de agradecer. “Sueños y pasiones” sentó el estándar del resto de la interpretación; cuerdas tersas, alientos bien timbrados y metales explosivos. El pulso de Slatkin dio vida a cada cuadro de estos episodios de la vida de un artista. El baile (sin corneta optativa) lució las diversas voces contrapuntísticas del maestro francés. Para la escena en los campos, Slatkin aprovechó algunas características de la sala para lograr los efectos deseados: El oboe solista fue a dar al palco presidencial desde donde realizó sus llamadas. Los timbales quedaron dentro de los camerinos; la tormenta que se avecina retumbó en los confines del L’ Auditori. La marcha al patíbulo (sin reexposición) fue un momento acumulativo que perdió algo en detalle, dada las intenciones, pero ganó mucho en espectáculo. El Sabbath de las brujas culminó de forma apoteósica una gran versión que quedará grabada en mi memoria por mucho tiempo; en gran medida cimbrado por esas campanas pero también por la algarabía contrapuntística de la danza bizarra que culminó con una ovación que eruptó L’ Auditori y que hizo regresar a Slatkin más de 5 veces a recibir aplauso.