El pasado miércoles 28 de mayo tuve la oportunidad de asistir a la primera de dos funciones de Die Walkure de Wagner en el Liceu de Barcelona. Raras veces se podrá, en estos tiempos, presenciar un reparto de tal calidad. Ciertamente en lo que respecta a los seis papeles primordiales de esta ópera difícilmente podrán ser igualados debido a la escasez de voces adecuadas para este repertorio.

La segunda jornada de la tetralogía del anillo de Wagner es la predilecta del público debido al drama humano que la envuelve, además del célebre motivo y cabalgata de las Valkirias que en esta versión careció de la fuerza guerrera y se convirtió en un número decepcionante de caballos cansados. Pero este es otro cuento.

El Liceu decidió programar únicamente dos funciones de Die Walkure en versión de concierto. Sin embargo la orquesta tocó en el foso y los cantantes, sin vestuario ni escenografía, actuaron en el escenario. Su compromiso fue tal que nos sumergimos en el drama de Wagner y ante nosotros se hizo la ópera. Lamento que el Liceu sea tan corto de miras pues pudo haber gastado en una pequeña producción virtual que respaldara a los artistas; el drama de Wagner ha sido ambientado de formas tan disparatadas en el pasado que el presenciar a los artistas con trajes de gala o formales, vestidos largos o pantalones nos hizo pensar en una propuesta minimalista del siglo XXI, después de todo la tetralogía también es un drama familiar.

Es increíble la energía escénica que tiene Placido Domingo a sus 67 años. No puedo hablar de él con las concesiones que se le hacen a un artista en declive. Seamos honestos, Domingo es un milagro, se ha dicho esto muchas veces y yo no tengo inconveniente en reescribirlo. Su Siegmund es de antología por la belleza vocal, el timbre mediterráneo chocolate claro mantiene ese centro firme. Su fraseo ejemplar solo ocasionalmente denota el paso de los años en alguna nota inestable o mal soportada, esto último son peccata minuta. Domingo no tiene el timbre y temperamento germánico pero el Siegmund, probablemente no se ha escuchado con tal plenitud desde que lo hiciera James King. La voz de Domingo tiene esa emisión amplia y buen tamaño, no tuvo problemas con la exigua tesitura alta del héroe wagneriano. Su wintersturme fue un momento congelado en el tiempo por la belleza de su línea.

Waltraud Meier es una gran dama de la ópera, la soprano alemana creó una Sieglinde vulnerable y subyugada. Su interpretación vocal fue ejemplar desde la incertidumbre inicial del personaje hasta su final, casi heroico, finalmente resuelta a proteger a su hijo. Su presencia escénica es de gran porte. La voz mantiene una firmeza en sus tres registros, quizá con algún agudo apurado al principio de la velada. Emisión amplia, sonido cálido y terso. Su fraseo y conocimiento del lenguaje wagneriano es otra de las virtudes de esta verdadera diva.

En el papel de Brunnhilde me encontré por primera vez con la soprano alemana Evelyn Herlitzius. Su voz es la de una soprano lírico spinto de agudos vibrantes y timbre individual. La caracterización del personaje fue simplemente fenomenal. Su Brunhilde poseyó esa inestabilidad juvenil y volubilidad que la llevan a desobedecer a su padre. Fiera en sus confrontaciones a Wotan y conmovedora en al escena donde anuncia la muerte de Siegmund. Brunnhilde es una valkiria que pasa de la adolescencia a la madurez a lo largo del drama. Finalmente se libera del yugo castrante de su padre. Herlitzius merece ser escuchada en este rol. Se podría echar en falta una voz que carece de la suntuosidad de las intérpretes históricas más memorables pero esto se compensa con un compromiso dramático y musical sobresaliente.

Alan Held por figura y compenetración dramática hizo un Wotan imponente, bellamente fraseado, a momentos casi camerístico. El bajo-barítono estadounidense tiene un instrumento de mediano tamaño, limpio y dúctil. Su sonido es ligeramente opaco y carece del brillo de otros artistas pero se agradece la sabiduría dramática que imprimió a Wotan. El Dios nórdico en su interpretación fue un hombre torturado por sus errores, incapaz de tomar las riendas de su destino.

La Fricka de la mezzo Jane Henschel es para la historia. Su voz dramática, generosa en tamaño, vibrante y afilada aunada a una presencia escénica altiva contribuyó a redondear a un personaje ultrajado y retador. Henschel prácticamente se mantuvo estática en el escenario, pero el gesto soberbio nos hizo temerle. Una de esas esposas con las que hay que tener cuidado.

Rene Pape no sólo encarnó un Hunding de antología, es el Hunding de nuestros tiempos, de ese calibre estoy hablando. Su fraseo y dicción amenazante, timbre terso, voz grande, apabullante y una presencia escénica orgullosa contribuyeron a hacer un Hunding más humano de lo usual, un peligroso rival de Siegfried (con o sin la ayuda de Wotan). Podemos hablar también de una dicción  y un fraseo impecable.

Con las valkirias, el nivel artístico de la noche decayó sensiblemente. De entrada el grupo no se escuchó homogéneo a pesar de contar con voces como las de Jane Dutton, Eugenia María Bethencourt o incluso Michelle Marie Cook que remplazó de último momento a María Rodríguez en el rol de Gerhilde. Escénicamente no aportaron mucho y no puedo dejar de verlas como un grupo de matronas más que como las valkirias guerreras. No ayudó en nada que todas salieran con partitura en mano, esto restó mucho profesionalismo a la función. Quiero pensar que fue un gesto de nobleza para con Michelle Marie Cook quien entró en el proyecto de último momento y presumiblemente no pudo aprender el papel. La desganada escena de las valkirias nos lleva a la orquesta y a la dirección.

Francamente la orquesta mostró una desigualdad ya característica de su trabajo a lo largo de la temporada; al lado de noches de gran nivel hay otras menos cuidadas e inspiradas y esta fue una de ellas. Para comenzar el trabajo de los cornos  fue terrible  desde el preludio inicial y se continuó en la cabalgata de las valkirias con desafinaciones que rompieron el hechizo de este momento. Las cuerdas se escucharon deslustradas y los metales carecieron de esa redondez wagneriana que se puede escuchar en otros ensambles. La dirección de Sebastian Weigle, que se despide del Liceu como director titular con las Valkirias, siguió cuidadosamente a los artistas y trazó bellos momentos como el adiós de Wotan el cual poseyó un pulso cuidadoso que lo llevó a un majestuoso clímax culminante. El oído clínico de Weigle es excepcional, su Wagner se inscribe más en esta línea contemporánea que en el romanticismo pletórico de la vieja guardia alemana. A estos momentos hay que contraponer una cabalgata de caballos desgastados que se convirtió en el momento más flojo de la noche. Al final el director fue abucheado por un público que esperaba más de su gestión al frente de la Orquesta del Liceu.

Al finalizar la larga velada las ovaciones no se dejaron esperar. Contabilicé más de 4 minutos de aplauso y cuando me retiré todavía había un grupo numeroso que seguía aplaudiendo. Hay que decir que no todo el mundo soporta 4 horas de Wagner; el teatro que estaba a rebosar al comienzo había perdido un cuarto de su aforo para cuando Placido Domingo terminó su función. Hay que reconocerlo, Placido tiene su nutrido grupo de admiradores que lo escucharían hasta en una ópera de Ligeti.