Como parte del ciclo de conciertos para conmemorar los 100 años del Palau de la Música Catalana la Orquesta Sinfónica de Barcelona i Nacional de Catalunya presentó un programa catalán-francés un poco contrastante pero efectivo en conjunto.

Escuchamos en la primera parte la Obertura Costa Brava de Salvador Brotons, compositor catalán contemporáneo. La música de Brotons es perfectamente audible. Su estilo puede considerarse como neo-expresionista en la corriente de un Shostakovich mediterráneo. La obertura es una obra ligeramente dilatada para su género pero Brotons sabe contrastar con maestría cada momento con lo que se pierde el riesgo al aburrimiento. Es una obra enfática, a momentos bañada por un espíritu lírico pero en general poseedora de una fuerza propulsiva subyacente. Sobresaliente la escritura para los metales y timbales. La OBC estuvo a la altura de la obra con ese sonido cálido, “rasposo”, personal y una dirección fiera de Jesús López Cobos quien es uno de los directores más elegantes que he presenciado.

El concierto breve para piano y orquesta de Xavier Montsalvatge no es tan breve como su nombre indica. Se trata de una obra característica de este autor en donde el juego caleidoscópico de géneros y el buen humor siempre presente lo convierten en una obra disfrutable e individual. Hay que destacar una interesante sección de percusiones que incluye un huiro y xilófono entre otros. Siempre hay algo latino en Montsalvatge y esta obra no es la excepción. Comienza con un Energico bastante sobrio e impregnado de seriedad. En este respecto, por lo menos ambientalmente, está relacionado con la obertura previa. Sin embargo, la parte del piano que al principio puede parecer percusiva, poco a poco se transforma y retransforma para adquirir aires románticos y juguetones. En general las posibilidades expresivas del instrumento son exploradas en esta obra. El segundo movimiento, un Dolce soñador, se encadena con el Vivo ligero, bañado del sol de Catalunya. La jóven y bella Uta Weyand posee un toque excepcional, una digitación fina y técnica impecable. Su interpretación fue de primera clase. La puedo imaginar como una pianista mozartiana de calidad. Incluso aquellos momentos casi Rachmaninofianos los supo resolver con garbo a pesar que hacia el final hay un tutti en donde el malvado de Montsalvatge hace tocar al piano frente a una orquesta en fortísimo donde por supuesto no hay nada que escuchar. La OBC bajo la batuta precisa y apasionada de López Cobos estuvieron acertados en general con algunos solos destacados de las maderas (la sección más relevante de la orquesta). Caso opuesto fueron las cuerdas que a momentos me parecieron deslustradas en comparación con otras ocasiones. Una versión impulsiva y emotiva de la obra.

La segunda parte del programa fue ocupada por el Réquiem de Gabriel Faure, una de las obras más entrañables de la literatura coral francesa. López Cobos nos presentó la versión para pequeña orquesta (que es como originalmente se había previsto esta obra) y un coro pequeño más soprano y barítono solistas. La lectura de López Cobos estuvo finamente proporcionada con tiempos graves y una sensualidad francesa seductora. Es lamentable que el concierto de toces del público del Palau haya afectado al concierto, esto además de aplausos en falso que irrumpieron desde el final de primer movimiento de la obra de Montsalvatge. Hubo un momento en el que López Cobos incluso se volvió hacia el público de forma retadora ya que las toces no cesaban. El Coro de Cámara del Palau mostró un instrumento homogéneo al que se le puede reprochar ligeros lapsos de desafinación sobretodo a la sección de tenores. Sin embargo el espíritu de la obra, la intensión y el canto refinado fueron de primera línea y pesaron más que los pormenores ocasionales. De igual forma la orquesta desplegó un ensamble de cuerdas expresivo y unos metales solventes pero en general me da la impresión que el ensamble no pasa por un momento especialmente bueno, el solo de violín me pareció ligeramente calado, desagradable al oído cuando debe ser etéreo. El conjunto fue disfrutable y de entre los solistas destacó la intervención de la soprano María Espada, poseedora de una voz bien timbrada de emisión excepcional y un sonido bello y terso. El barítono francés Stephane Degout posee una voz de barítono lírico un poco más discreta, de belleza vocal meliflua pero emisión limitada. La obra terminó intoxicantemente en un silencio que se prolongó considerablemente, el público –finalmente- no fue capaz de romper la magia de esta obra que habla del sueño dulce y no de los terrores de la muerte.

Un concierto digno para celebrar un recinto emblemático, a pesar de lo que otros opinen.