En el entorno mágico, art nouveau, del Palau de la Música Catalana, he asistido a un concierto mas de la Orquesta Simfonica del Valles, orquesta residente del Palau desde que la Simfonica Nacional de Catalunya se reubicó en L’Auditori. La Orquesta Smfónica del Valles (nombrada así por la comarca catalana del mismo nombre) es un excelente ensamble de los de segunda línea. Ya quisiéramos en Monterrey, México, que esta orquesta fuera la nuestra (Allá preferimos justificar la permanencia de un director que lleva muchos años despóticos al frente del ensamble, por otras razones que las musicales). Está conformada en su mayor parte por músicos catalanes y a diferencia de nuestras orquestas mexicanas (pienso sobretodo en la OSUANL) no está cimentado su constitución en músicos venidos de Europa del este. Aquí si hay un genuino intento por darle un lugar a los talentos locales.
El programa fue una extraña combinación; una primera parte dedicada a lo más banal de Tchaikovsky y una extraordinaria segunda parte dedicada a Nielsen.
La Obertura Romeo y Julieta de Tchaikovsky es una de esas obras inevitables, omnipresentes que apelan al gusto relativamente fácil del público amante de los lollipops de la música clásica. La obra abrió el programa y por una vez mantuvo mi interés de principio a fin. La lectura del joven director Pablo González fue emotiva y apasionada. El inicio tuvo ese arcaísmo delicioso que da paso, desafortunadamente, al melodrama fácil y al archiconocido tema-convertido en kitch- que a veces se desvanece en un genuino pathos. Pero Tchaikovsky, a la vuelta de la esquina, vuelve a abusar de algún gesto prosaico como la rimbombante conclusión que lleva al aplauso. La orquesta aquí estuvo acertada, sobretodo los metales pero se hecha de menos un poco de más lustre en las cuerdas. La lectura de González fue ejemplar y bien proporcionada.
El concierto para piano #1 de Tchaikovsky es un clásico del repertorio que en manos poco experimentadas puede parecer episódico y tendiente al énfasis. Así es como se escuchó en manos del joven pianista servio Mladen Colic. Fue aparente su falta de experiencia con la pieza, a momentos había una frase, algún pasaje que mostraban temple y prometían más para acabar en algunas notas en falso, algunos cambios de tiempo abruptos y poco naturales y una sensación de sobreesfuerzo. Sin lugar a duda Colic tiene madera suficiente pero no se si tendrá la madurez intelectual para poner estas cualidades en buen uso. Su compenetración con González fue difícil y la orquesta tampoco sonó fácil en su relación. Es un concierto que no gana nada con artistas de segunda línea. El inicio sonó desarticulado en sus acordes iniciales. El movimiento lento poseyó la poesía necesaria pero el final careció de ímpetu y sonó más calculado que espectacular. Por supuesto que la música provocó el aplauso al final y hubo entusiastas que aplaudieron al joven pianista. Lo que siguió fue algo inusitado para mi, en mi experiencia asistiendo a conciertos; Colic se negó a tocar un ancore a pesar que fue llamado hasta tres veces a recibir aplauso, yo no sé qué se estile en Serbia pero en mi ciudad, por menos se regala algo más. Hubiera sido interesante ver de lo que es capaz Colic solo, pero nada. Colic tiene 25 años de edad, creo que un pianista a esa edad no puede adolecer de cansancio después de tocar un concierto, más bien debería de ser irrefrenable el deseo de seguir tocando. Lástima.
La segunda parte del programa fue ocupada por la Sinfonía #2 de Carl Nielsen, titulada “Los cuatro temperamentos” inspirada en un cuadro que Nielsen vio durante su estancia en un hostal. Cada movimiento de la obra representa uno de los cuatro estados de ánimo del ser humano. La lectura de González fue ejemplar y mostró que es un director que tiene grandes cosas por delante. Fue una interpretación vigorosa y bien cuidada, caracterizada por una sobresaliente interpretación de las maderas, los metales y timbales. En ocasiones la sonoridad de los alientos opacó algunas de las texturas de las cuerdas pero en general el oído de González es fino y reveló la escritura tan deliciosa y sorpresiva de Nielsen. El Allegro collerico estuvo cargado de energía de principio a fin. El allegro comodo fue digno de un caballero inglés (flemático) y el andante malinconico demostró una profundidad expresiva que se desvaneció con el final allegro sanguineo lleno de vida y buen humor. La obra causó una gran respuesta del público, merecidamente. Se entiende en Europa algo fundamental que no entendemos en México; que Nielsen es uno de los grandes sinfonistas del siglo XX. (En Monterrey se le ignora irremediablemente). Es mérito de Pablo González el que la Simfonica del Valles haya respondido con un entusiasmo que raras veces se escucha en orquestas jóvenes, llamadas de segunda línea.