El 19 de octubre de 1961 un joven tenor promesa, de apenas veinte años, realizaba su debut como cantante principal en la ópera de Monterrey. Si, esta ciudad nuestra, semimuerta de ópera, fue testigo del comienzo de una carrera excepcional que todavía se mantiene en los grandes escenarios.
Nacido un 21 de enero de 1941 en Madrid, Plácido Domingo pronto se acercó al arte vocal. Sus padres Plácido Domingo Ferrer y Pepita Embil eran distinguidos cantantes de zarzuela. En 1948 la familia Domingo emigró a México donde formaron su exitosa compañía de zarzuela. El joven Plácido aprendió canto de sus padres pero también le atrajo el piano. Una vez que ingresó en el Conservatorio Nacional de Música de México Domingo cursó estudios de solfeo, armonía y composición. Asistió como oyente a las clases de director de orquesta del gran Igor Markevitch que por ese entonces residía en México.
En 1958 que Domingo sufre un acontecimiento que marca el resto de su carrera. Se presenta a una audición como barítono para la Ópera Nacional de México. El jurado fue categórico “Tienes talento, pero en realidad eres tenor”. Placido les canta a primera vista “Amor ti vieta” de la ópera Fedora de Giordano. Inmediatamente obtiene su primer contrato como comprimario. Así debutó un 17 de mayo de 1959 cantando el papel de Borsa en el “Rigoletto” de Verdi. Pronto aprende y comparte escenario con figuras de la talla de Cornell MacNeil, Giuseppe di Stefano, Manuel Ausensi e Irma González.
Tras su debut en Monterrey Domingo canta en algunos escenarios de Estados Unidos al lado de artistas como Joan Sutherland, Ettore Bastianini y la legendaria Lily Pons (quien se retiró de los escenarios cantando la Lucia di Lammermoor al lado de Plácido).
El momento definitivo en su preparación de cantante llega en 1962 cuando, después de casarse con su esposa Marta Ornelas, parte a Israel por dos años con contrato para la Ópera Hebrea de Tel Aviv. Ahí solidifica una técnica excepcional, generosa en respiración, cuidadoso fraseo y amplio volumen. Después de eso vino Nueva York y de ahí Hamburgo, Viena y finalmente su consagración en 1967 en el Met de Nueva York cantando Maurizio en la ópera “Adriana Lecouvreur” de Francesco Cilea, su contraparte fue Renata Tebaldi.
Entre los papeles que Domingo considera cumbres en su carrera se encuentran Hoffman (Offenbach), Des Grieux (Puccini), Cavaradossi (Puccini), Alvaro (Verdi), Samson (Saint-Saëns), Otello (Verdi), Siegmund (Wagner), Enee (Berlioz) y Hermann (Tchaikovky).
Domingo posee una voz genuina de tenor lírico-spinto; un centro amplio, color marrón (“se parece al chocolate” dice Domingo en el fascinante libro recopilado por Elena Matheopoulos). La voz en sus mejores momentos poseía una ductilidad que le permitía cantar una serie de papeles que a veces son incompatibles para otros tipos de tenor. Alrededor de 120 papeles ha cantado desde el Danilo de “La Viuda Alegre” de Lehar hasta el Bajazet del “Tamerlano” de Handel. Su carrera ha ido menguando en los últimos años y ahora parece revertirse, sin demasiado éxito, a su cuerda inicial de barítono.
Quizá la sobreexposición de Domingo en registros de audio y video ha ocasionado que demos por sentado su arte y esto es injusto para evaluar a este artista que ha dejado huella no sólo como el gran cantante que es, sino también en la dirección de orquesta y en su generosidad para el impulso de otros artistas; ahí está su concurso de ópera “Operalia”, su trabajo como director de las Óperas de Washington (el cual concluye en la temporada 2010 – 2011) y Los Ángeles. Ahí está su solidaridad con los damnificados del terremoto de México de 1985. Su valentía para luchar contra su cáncer de colon (hoy aparentemente superado).
Si hay algo que no se le dio fácil a Domingo fue su registro agudo. En este sentido el mejor Domingo está representado en sus grabaciones de los 60’s 70’s y 80s. Escuchamos una voz plena, redonda, con un registro agudo sonoro hasta un si. El do sobreagudo, prácticamente su nota más alta, se escuchaba tirante y en varias ocasiones parecía a punto de cortarse, pero tampoco lo evitaba si había que cantarlo, era muy consciente de la tradición del canto italiano. Con el tiempo su registro medio se oscureció y perdió la flexibilidad superior que se puede escuchar en algunos de sus mejores registros; Trovatore o Pagliacci (RCA), Ballo in Maschera, Aida, Don Carlo (EMI), Contes d’Hoffman (DECCA u ORFEO), Carmen (DECCA o DG), Oberon, Fanciulla (DG) Giuramento (Orfeo), Otello (ORFEO o RCA).
He tenido el privilegio de escuchar a Placido Domingo en vivo en dos ocasiones. La primera en ese circo romano que fue el concierto de los dos tenores y medio en Monterrey (Carreras en declive, Alejandro Fernández haciendo lo que sabe y Pavarotti cancelando por su ya grave enfermedad final) en donde pudimos apreciar su versatilidad y elocuencia con el micrófono. Pero en el 2008 tuve el privilegio de escucharlo como se debe cantando el Siegmund de Wagner en el Liceu de Barcelona, en aquella ocasión consigné “Seamos honestos, Domingo es un milagro vocal, se ha dicho esto muchas veces y yo no tengo inconveniente en reescribirlo. Su Siegmund es de antología por la belleza vocal, el timbre mediterráneo chocolate claro mantiene ese centro firme. Su fraseo ejemplar solo ocasionalmente denota el paso de los años en alguna nota inestable o mal soportada, esto último son peccata minuta” Recibió aplausos de más de 5 minutos de duración. Hay algo magnético en Domingo.
Transcurridos 70 años de vida solo nos resta encontrarnos con su legado y sumarnos al coro de felicitaciones. Gracias Plácido por tu arte, gracias por tu empeño en defender este género, porque tu gran contribución ha dado más brios a la ópera que surge como gran escollo del mar bravío.