Hace cien años, un 25 de junio de 1919, la historia del ballet dio un giro de 180 grados. De ser un género artístico virtuoso, de amplio colorido local y facilidad melódica se convirtió en un género dramático de inusitada expresividad. Podemos conceder que antes del estreno de “El pájaro de fuego” de Igor Stravinsky, compositores como Delibes y Lalo en Francia y Tchaikovsky en Rusia habían contribuido a desarrollar un mero divertimento en una forma de mayor amplitud y sofisticación orquestal, pero es Stravinsky quien explorará las posibilidades máximas del ballet.
No podemos dejar de mencionar, al lado del genio ruso, a dos nombres esenciales en la transformación del género y el establecimiento supremo del ballet ruso como la gran escuela del siglo XX; Michel Fokine (1880-1942) y Sergei Diaghilev (1872-1929).
Fokine fue el gran maestro de ballet y visionario coréografo de la primera mitad del siglo XX. Educado en la escuela de San Petersburgo realizó sus mejores trabajos en Francia y terminó de una vez por todas con la ingenuidad del ballet romántico.
Si bien Fokine es de suma importancia en la historia del ballet, Diaghilev fue el verdadero impulsor del nuevo ballet del siglo XX. Grandes obras de música fueron comisionadas por este crítico de arte, patrono, empresario de ópera y ballet. “El pajaro de fuego” fue el primer ballet que escribió Stravinsky para los ballets rusos y su astuto empresario. La lista de compositores que escribieron obras maestras a instancias de Diaghilev es impresionante; Debussy, Ravel, Satie, Falla, Richard Strauss, Prokofiev, Respighi, Poulenc y por supuesto Stravinsky que compuso “El pájaro de fuego” (1910), “La consagración de la primavera” (1913), “Pulcinella” (1920) y “La boda” (1923).
Sin lugar a duda es en el ballet en donde Stravinsky logró sus máximas inspiraciones. El potencial de un género poco sometido a una estructura básica le permitió explorar diversos medios musicales de expresión que tuvieron su primer pináculo en “El pájaro de fuego”.
Te resultará sorprendente saber que Stravinsky no fue la primera opción para componer el ballet basado en una selección de cuentos folklóricos rusos realizada por el propio Fokine. El primero en obtener la comisión fue el compositor y director de orquesta ruso Nikolai Tcherepnin quien comenzó a trabajar en la partitura pero diferencias con Fokine lo forzaron a renunciar. Diaghilev se aproximó entonces a Anatol Lyadov pero este declinó al igual que Glazunov y Sokolov. Como último recurso Diaghilev se aproximó al jóven Igor Stravinsky quien ya había orquestado previamente para el empresario algunas de las obras para piano de Chopin.
De esta forma Diaghilev se salvó de una bancarrota segura luego de haber destinado su dinero a la presentación de óperas rusas en Paris que por supuesto causaron sensación. El problema fue que el costo de las producciones hundió el proyecto a pesar de que su verdadera pasión era por este género. De esta forma, resignadamente, Diaghilev apostó por el ballet y esta apuesta y su astucia en la selección de artistas revitalizó al género que en palabras de Rimsky-Korsakov, maestro de Stravinsky, era aburrido “ya que el lenguaje de la danza y el vocabulario completo del movimiento es extremadamente escaso”.
Para Stravinsky el momento era “ahora o nunca” pues indiscutiblemente fue considerado el alumno más brillante de Rimsky-Korsakov pero poca oportunidad había tenido con formas ambiciosas.
“El pájaro de fuego” está estructurado en dos escenas y 22 números de danza. Curiosamente no existe ningún cuento ruso en donde el “pájaro de fuego” sea el personaje central. El escenario realizado por Fokine es una conjunción de dos leyendas principales; “El cuento del príncipe Iván, el pájaro de fuego y el lobo gris” publicado en el siglo XIX y “El gusli mágico” (gusli; instrumento del folklore ruso similar a la cítara).
El ballet narra la historia del príncipe Iván quien captura al pájaro de fuego pero se conmueve por las súplicas de este y lo deja libre. Deambulando por el bosque se encuentra con el castillo encantado del malvado brujo Kastchei y ahí se enamora de una de las princesas cautivas. Con la ayuda del canto mágico del pájaro de fuego derrota al brujo y sus secuaces. Iván finalmente se une con su amada y todo termina en una gran celebración.
La música de Stravinsky posee una opulencia orquestal de un colorido impresionista y una afinidad por los cambios rítmicos que posteriormente serían explotados en otros de sus ballets. Quizá es la última obra de Stravinsky que todavía se puede ubicar en un romanticismo tardío. El ballet comienza con una introducción dominada por un ritmo obstinado en las cuerdas bajas. La música para el pájaro de fuego posee una caracterización excepcional con armonías fantásticas y brillantes y sonoridades de ave en los alientos. Para las princesas Stravinsky destina una música ligera y juguetona que se torna sentimental en el encuentro de los dos enamorados.
Para el brujo y su corte Stravinsky ha dejado su música más brutal y enérgica, utilizando una “escala mágica” que alterna terceras mayores y menores como ya su maestro Rimsky-Korsakov lo había hecho en su ópera “Sadko”. Es irresistible la “canción de cuna” del pájaro de fuego con su tema exótico en el fagot. El final, con la muerte de Kastchei y el júbilo triunfal posee quizá la melodía más famosa de la obra. Un tema de amplio romanticismo que poco a poco crece hasta culminar en un fortissimo puntualizado por los golpes de timbal y el bombo. De esta forma culmina una página excepcional, primera obra maestra de una de las grandes figuras del siglo XX, esfuerzo que, como ave fénix, resucitó a un género de entre las cenizas.
Solo me resta motivarte a escuchar esta obra que cumple 100 años de frescura. Las versiones de la sinfónica de Chicago y Pierre Boulez en DG y la del Concertgebouw con Colin Davis en PHILLIPS nos ofrecen versiones lujosas de gran cuidado y sin sobrerromantizar una partitura que comulga más con las nuevas ideas de principios del siglo XX. Para una versión histórica y lo más auténtica posible hay que considerar la del propio Stravinsky con una orquesta menos espectacular (Columbia) pero donde el quehacer musical posee una fricción excepcional que solo un creador puede conseguir (en Sony).